08 abril, 2020

Espacio.




















Pienso en que voy a tener que volver a acostumbrarme a no poder contarte un mal rato como este a ti, el hombre a quien le conté por mucho tiempo todo lo que me pasaba y todo lo que me pasó en la vida, todo lo bueno y lo malo, todas mis infidencias, y que se ganó toda mi confianza.

Que ya nunca más nos vamos a contar chismes jugosos, no me vas a contar qué opina tu jefe de la cuarentena inminente, no me vas a esperar sentado afuera del metro, no nos vamos a aullar al teléfono cada vez que nos llamemos, nadie te va a encontrar en calzoncillos en mi living, no vamos a despertar juntos con tus quince alarmas de violines, no vas a calentar tus manos heladas en mi cuerpo al acostarte, no me vas a abrazar cuando tengo pena, no me vas a pedir que me adapte a dormir cucharita, no me vas a acompañar a mi puerta, no me vas a felicitar por sacar buenas notas, no vamos a desayunar juntos ni vas a llamarme por tu diminutivo afectuoso.

Ya no tengo que pensar en vacunarte en el invierno, guardar películas que te puedan gustar para verlas juntos, pedirte que no tomes cuando manejes, adelantar pega para poder pasar una tarde juntos haciendo nada en especial, ver cómo juegas play mejor que yo, acompañarte a elegir trajes, pedirte que no te afeites la barba, hacerte brownies de vez en cuando, buscar guías de ejercicios para enseñarte inglés, hacerte un nido de pascua del conejo, quejarme del calor que hace en tu pieza, quejarme del frío que hace en tu pieza, escucharte quejarte de la liga, escucharte aceptar entrar a otra liga, reírme porque te gusta el anime y lo niegas, ir a verte a la oficina cuando te duele la guata, pedirte que no uses mas sierras eléctricas, jugar con tus dedos meñiques, molestarte por la música que escuchas o pensar en qué te puedo regalar en tu cumpleaños que te pueda hacer feliz.

No voy a poder pedirte consejos cuando aprenda a manejar, pedirte ayuda eligiendo mi primer auto, pedirte consejo legal cuando leo cosas que no entiendo y siento que me estafan, refugiarme en ti cuando tenga miedo, pedirte que me acompañes cuando me quedo sola en mi casa, devolverte todas las veces que me invitaste a comer, obligarte a probar comida sureña, presentarte a mi nuevo inquilino, contarte cómo me está yendo en mi nuevo trabajo o pensar a dónde te invitaría a celebrar con mi primer sueldo.

Al contrario, tengo que acostumbrarme a la idea de que tengo que conocer a alguien nuevo y dejar que conozca cosas mías que no quería contarle a nadie más. Revivir momentos difíciles, traumas de niñez, miedos profundos y momentos incandescentemente felices de mi vida. Que tengo que hablar, salir, cenar, bailar, reírme, dormir con esa persona, hasta que se vuelva normal que no seamos nosotros. Algo habitual. Pero no se siente como algo normal.

Pienso en que creí que lo peor definitivamente ya había pasado, porque ya me había repuesto de tener que decidir entre poner mi orgullo a un lado y volver a buscarte devaluándome más o dejar de lado para siempre a la persona que pensé que podía ser el amor de mi vida. Creía que había tomado la decisión correcta, porque incluso tus defectos no me parecían realmente defectos, sino diferencias y eso iba a ser bueno para nosotros. Ser diferentes. Porque me habías convencido de que era una persona especial, y especialmente especial para ti, llegando literalmente a protegerme de las balas con tu pecho.

Creí que nos conocíamos lo suficiente para pelear uno por el otro, porque entendíamos lo que teníamos. Que íbamos a poder hablar las cosas y resolver cualquier problema o discusión que surgiera, incluso si estábamos enojados uno con el otro. Incluso si nos odiábamos. Porque nos queríamos. Es más. Nos amábamos. Mucho. O eso nos dijimos. Todos los días. Por mucho tiempo.

Pienso en que una vez me escribiste a puño y letra que te sorprendía de sobremanera la manera en la que me admirabas y respetabas porque no te pasaba a seguido. No pensé que iba a tener que renunciar a que pensaras eso de mí. Que llegaras a olvidarte de qué viste en mí en un principio. No lo vi venir, no sé cómo pasó ni cómo se deshace, si es que es posible siquiera.

Ojalá fuera diciembre y nos arrepentiéramos de terminar las cosas. Ahora entiendo que todo lo que vino después fue completamente innecesario. El estar separados y extrañar al otro. Simplemente no debimos habernos separado ahí. El orgullo nos ganó. Y lo perdimos todo. Lo hicimos incluso viendo de cerca cómo tu hermana sufría destrozada la ausencia de su propia pareja. Y lo hicimos, yo creo, porque pensamos que lo que teníamos era fácil de conseguir o replicar (y quizás aún lo ves así), y que el imponer respeto frente al otro era lo más importante en ese momento.

Y está bien, o sea. Todo está bien. Uno se equivoca mucho y en muchas cosas. Esta es una de las etapas de la vida. Cuando nos conocimos me lamenté por no haberte conocido antes, pero ahora creo que quizás nos conocimos muy jóvenes. Y lo matamos antes de tiempo. Ojalá pudiéramos vernos como si no nos conociéramos hasta la punta del dedo chico del pie, y partir desde cero. Pero así no son las cosas.

Te dije que esperaba que no nos volviéramos a encontrar porque esta relación me marcó mucho. Marcó las cosas que quiero y no quiero en una relación, y no quisiera llegar a verte lograr con otra persona lo que nosotros no pudimos tener. Prefiero no saber.
Prefiero no saber nada.