25 septiembre, 2011

Renacimiento.


Hoy me sentí distinta al despertar.
Me costó casi dos meses sentirlo.
Dejar de sentir el constante dolor.
Ahora no puedo más que sentirme en paz.
Y eso es lo mejor.
La calma es infinita.
La calma es infinita en mi cabeza.

01 septiembre, 2011

Caos.


¿Qué es esto que me rodea?
¿De dónde salió todo esto?
Hace una semana tenía todo dispuesto.
Todo tranquilo.
Ahora pareciera que todo se me viene encima como una ráfaga del infierno mismo.

No entiendo nada.
Tanto tiempo le pedí que fuera de esta manera conmigo, y ahora que finalmente reaccionó,
-cuando gritamos todo lo que quisimos, cuando se me secaron los ojos, cuando la misma noche ya no me dejaba dormir, cuando el silencio mismo me molestaba- ahora ya no se qué hacer con eso.
Todos los días me acostaba pensando una y otra vez en el tiempo que esperé esto.
Y lo inútil, banal e ingenuo que parece ahora.
Todo lo que me parecía una utopía ahora está aquí.
Pero ya no es perfecto.
Nada es perfecto ahora, en esta cama en llamas en la que me acuesto a llorar.
¿Adónde se fue el sol que me alumbraba en las mañanas?
Se fue a alegrarle el día a otra persona, ya no me quiere ver la cara.
Prefiere dejarme a la Luna, vigilante eterna de mis pasos, que no me deja alejarme a llorar en silencio.
Nada es perfecto ahora, en esta cama en llamas en la que me acuesto.

Cada vez que lo dice, mi cuerpo pareciera ser víctima de convulsiones, pero ya no son las tiernas mariposas juveniles y jocosas, parecen murciélagos enfermos, llorando aquí en mi vientre. Muriendo. Conmigo.
Cada vez que lo dice, mis ojos luchan.
Luchan y pierden.
Nunca ganan.
Nada es perfecto ahora, tan cerca de los ojos.
Lo que alguna vez fue mi ideal, ahora queda reducido a una escultura resquebrajada en las orillas, imperfecta.
Nada hay que pueda hacer para arreglarlo.
Siempre fue así de imperfecta.
Sólo yo era la ciega.
Ahora todo se quema.
Se quema y yo me quemo con ello, abrazando los pedazos y quemándome con ellos, y ellos se graban en mis costillas, mientras me acurruco como un feto en las llamas, intentando encontrar consuelo.
Simplemente no lo hay, nadie me acompaña hoy.

Ella me lo dijo tantas veces. Nunca salió de su boca.
Sólo hoy.
Pero yo lo sabía. Y ella sabía que yo lo sabía.
Ella hablaba en mi cabeza, diciendo: "Ay, de ese ángel".
Ese, al que le arranqué las plumas una por una, e intenté cosérselas de vuelta, fingiendo que seguíamos siendo los mismos, que sólo yo era la inepta que lo había olvidado, que había cambiado, que ahora era más inútil que de costumbre.

El que parecía blanco, con plumas; el que parecía el mismísimo ángel ya no me quiere, se ha ido a volar a otros lares, buscando a una presa mejor, más joven, más bella, más todo.
Todo eso que no soy y que no seré nunca.
Ni por mí ni por nadie.
Porque nadie se lo merece.
Para bien o mal.
El que nunca me entendió y nunca lo hará se ha ido y no volverá.
Dos veces estuvo aquí y lo eché sin cesar.
Como una estúpida lo escucho cantar en mi cabeza a la par con ella.
Sin cesar habla sobre lo bueno que fue irse de mi lado.
Toda mi pena ya no vale nada.
Los dolores ya no importan.
Sólo sus carcajadas pesan.
Aquí en esta cama en llamas en la que me voy a acostar.
Sin él, con una almohada al lado. Para imaginar que sí está conmigo.
Para pensar: "A mi ángel lo echo, y aún así vuelve conmigo".
Pero ya no.
La tercera es la vencida, pero no a mi favor.
La tercera es la vencida, pero él ya se cansó.