31 diciembre, 2009

Quiero.



Quiero vagar por desiertos sin sentir sed.
Quiero ver espejismos y tu imagen no ver.
Quiero una estrella fugaz y un deseo pedir.
Quiero morir tranquila y dolor no sentir.

Quiero tener un árbol y arrancarle las hojas.
Quiero ser un león y no comer las sobras.
Quiero más de este mundo, quiero que me ames.
Quiero joyas preciosas y muchos quilates.

Quiero hacerme más joven y nunca más vieja.
Quiero ser la esperanza con la que tú sueñas.
Quiero caminar por hielo y no sentir frío.
Quiero sentir de una vez que tú sí eres mío.

Quiero que el cielo me preste al Ángel Gabriel.
Quiero borrar tu esencia a cenizas y miel.
Quiero escribir mi vida en tinta transparente.
Quiero escuchar mis gritos entre tanta gente.

Quiero contradecirme, quiero blanco y negro.
Quiero decidirme, quiero esto y aquello.
Quiero hablar con el alma, escribir poesía.
Quiero llorar con ganas, llorar tu partida.

Quiero de ver una vez que te sientas y escuchas.
Quiero mañana comer doce uvas.
Quiero ver marionetas y ver quien las usa.
Quiero inspirarme y encontrar mi musa.



22 diciembre, 2009

Perdida.


El otro día me junté con unos amigos.
Para diferencia de los días anteriores, el clima era maravilloso.
No decidíamos qué hacer, o a dónde ir, por lo que decidimos ir de "excursión" al Cerro Phillipi.
La verdad es que ruta había una sola, pero habían decenas de senderos distintos.
Como siempre, decidimos no guiarnos por lo que los demás siempre hacían, y nos fuimos por un sendero alejado de la ruta original, uno muy empinado y con raíces por todas partes. Había llovido el día anterior, por lo que la tierra aún estaba un poco húmeda y resbalosa, debido a que el sol no alcanzaba ese sector del cerro.
Los árboles se fueron tupiendo acorde íbamos subiendo, y nosotras lográbamos subir cada "peldaño" de raíces con ayuda de los hombres.
Yo iba justo detrás de Eduardo, subiendo, y él era el "guía" del grupo.
El sujetó mi mano durante casi todo el trayecto, para ayudarme a escalar, hasta que luego ya casi parecía natural, y no quería soltarla.
Pude notar que él también se sonrojó, y fue ahí cuando solté su mano de manera sutil.
No había nada que lamentaba más, que hacerle falsas expectativas, cuando él sigue enamorado.
Aunque comencé a cuestionarme si eran en verdad falsas expectativas.
Para él, resultaba tan fácil encandilarme con su personalidad.
Pero debía volver a la realidad.
Era algo extremadamente egoísta el volver a hacerle lo mismo, y que revivamos la misma historia con un final amargo.
Al final, cerca de una hora después, llegamos a la cumbre del cerro, donde nos sentamos y nos refrescamos.
Bromeamos, y nos reímos observando la hermosa viste que se lograba desde ese ángulo, desde donde se podía admirar el lago en toda su magnitud, y la larguísima costanera, llena de hoteles y restaurantes, cuyas luces se veían casi como estrellas al atardecer, donde además se reflejaban como la luna misma en el lago.
Luego de conversar por un largo rato, una parte de nuestro grupo -incluyéndome-, decidimos ir en busca de nuestra "Playa Secreta", la cual, en manera ficticia, decíamos estaba localizada en la "Isla Perdida".
La verdad, debo reconocer, que pese al entusiasmo de los demás, yo tenía mis propias razones para unirme a la búsqueda insaciable de esta Playa Perdida, que ya casi no recordaba.
En aquellos días, en los que él aún me tomaba por la cintura, también hacíamos excursiones como éstas.
Salíamos juntos por las tardes, y subíamos tranquilamente los senderos del cerro, sin ninguna dirección en particular.
Un día, exploramos más que de costumbre, y dimos a parar a la playa que ahora denominábamos Playa Secreta, y junto con ella, la cueva, que aún no apodábamos.
El recuerdo de esa playa y la cueva se fue borrando como las huellas con las olas, hasta llegar a conservarse un mísero pedazo de aquella memoria, la cual yo suponía, incluso había modificado.
Deseaba tanto volver a pisar las piedrecillas de aquella playa y convencerme de que no lo había inventado que me uní a ellos, con un propósito que ellos desconocían.
Entonces, bajamos un poco por las faldas del cerro, y comenzamos a irnos hacia la orilla.
Bajamos y bajamos hasta llegar a una ladera tan encorvada que terminamos poco menos rodando abajo, llenos de tierra, riéndonos de nuestra propia idiotez.
Desde ahí seguimos un camino que seguía la línea del tren, y caminamos en medio de ésta, saltando entre las vigas, hasta llegar a un corte en el camino, desde el que fuimos a la derecha, bajando aún más.
Caminamos esquivando ramas y espinas, arrastrando la basura del camino, hasta llegar a la cuesta más empinada que habíamos encontrado hasta ese momento.
Tenía una escalera marcada de raíces, por la cual bajamos delicadamente, para encontrar finalmente nuestra Playa Secreta, en la Isla Perdida.
Nos alegramos de encontrarla finalmente, ya que la buscamos con ansias y de hecho, hacia dos días que no la encontrábamos.
La recordaba distinta, pero avanzamos saltando por las grandes piedras que cubrían la orilla, hasta llegar a una especie de cueva, que parecía partida por la mitad, a lo largo, en la que todo volvía a recuperar su magia, donde podíamos ver rastros de una fogata, de una fiesta, de nuestros mismos recuerdos, y lo que recordaríamos ahora, como cuando fui con él ahí, y él me la enseñó por primera vez, aquella que no olvidaré.

19 diciembre, 2009

Páginas En Blanco.


Me quedé dormida en el escritorio.
Eran pasado la madrugada. Hacía frío, y yo no vestía chaleco.
La lámpara estaba encendida, y tenía un libro entre mis manos.
Aquel libro no era mío, sin embargo, no me parecía nuevo.
Lo tomé, pensando que a alguien se le había quedado en mi pieza por error, sabiendo la respuesta de antemano.
No tenía nombre.
Era viejo, y arrugado.
Lo comencé a hojear.
La primera página estaba en blanco.
La segunda también.
La tercera igual.
¿Cuándo aparecerá el título? ¿El índice?
La quinta, la sexta.
Salté hasta la mitad del libro.
Todas las páginas estaban en blanco.
Aquello me pareció extraño, y me asustó un poco.
¿No habrá hallado su musa?
Solté el libro en mi repisa.
Aquello lo resolvería mañana, no a las 4 de la madrugada.
Volví a dormir.
Soñé que las páginas del libro se desprendían del lomo, y al caer al piso, quedaban bañadas en una lluvia de tinta, que narraba una historia que nunca antes había leído.
Apenas comencé a leerla, me desperté.
Mi pieza seguía igual, y apenas me incorporé, recordé el libro misterioso.
Me levanté de la cama, intrigada.
Lo volví a hojear, para confirmar que no había alucinado nada de lo que había visto la noche anterior.
Otra vez, mis ojos se convencieron de que no era mentira.
Entonces decidí deshacerme del texto.
No.
Decidí devolver el libro.
Pregunté a mi madre si reconocía el libro.
Lo miró, lo examinó y lo hojeó.
-No -me respondió- Pero me gustaría leerlo, ¿me lo prestas?
-¿Qué?-le pregunté extrañada.
-Que me gustaría leerlo, si no te molesta prestármelo-repitió ella.
-Pero si no tiene nada esc...-dije, y me detuve al volver a hojear el libro, que ahora sí tenía tinta entre sus páginas.
-Ehrm...-titubeé-¿me dejas leerlo a mí primero?-le pedí.
-Claro-dijo sin dudar.
Corrí a mi pieza y cerré la puerta.
Quise gritar de susto, pero aquel miedo infantil fue reprimido por la creciente intriga que maduraba dentro de mí.
Me senté en mi cama y sostuve el libro entre mis manos.
No dudé ni por un segundo más, y lo abrí.
Estaba en blanco.
Quedé marcando ocupado.
Lo volví a hojear, convencida de que eso no lo había imaginado.
Nada.
Un montón de páginas en blanco.
Volví a la primera página.
Nada.
¿Lo imaginé?
De pronto, lo ví.
En el centro de la página se veía claramente, escrito a máquina.
No
Lo toqué.
La tinta estaba seca.
Dios mío
Me estoy volviendo loca.

Pasé a la siguiente hoja.
No.
No te estás volviendo loca.

Mis ojos salían de sus órbitas.
Debo estar dormida...
Volví a pasar la hoja, incrédula.
No estás dormida...
solo sigue leyendo,
tengo algo que contar.
..









Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos."
El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
¡Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos!

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

¡Qué importa que mi amor no pudiera guardarla!
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Yo no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise..
Mi voz buscaba al viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.









-Pablo Neruda-