24 julio, 2016

Lejos.


Y de un momento a otro, me azotó la cabeza con una añoranza que no sabía que tenía.
Llegó a mi mente tan rápido y tan vívida, que dudé el estar despierta.
Me sentí allí, como quería estarlo, sentados como indios, frente a frente.
A un lado el sonido tranquilizante de las olas pequeñas volviendo a inundar un sector de arena más oscuro que el resto, y al otro, la gente caminando hacia el final de la costanera.
Sentados, me miraste a los ojos y sentí que ibas a decir algo, pero la vergüenza te hizo callar, y en lugar de eso tus mejillas se sonrojaron.
Me enamoré de ti de nuevo, justo ahí.
Me acerqué a ti y apoyé mi frente en tu hombro.
Me imitaste y formamos un pequeño capullo de extremidades y prendas.
Tal cual como antes solíamos hacer.
Giré mi cabeza, respiré tu perfume y luego te besé el cuello con ternura.
Luego lo hiciste tú, y de nuevo, subiendo por mi cuello, mi mandíbula, mi mejilla, el borde de mi boca y, finalmente, mis labios.
Te vi cerrar los ojos y los míos te siguieron.
Me besaste, aquí, allá, de nuevo aquí, más allá, una y otra vez, una y otra vez.
Me acunaste y me acariciaste el pelo, pude oír tu corazón palpitar contra mi oído, firme.

Volví a donde estaba, igual de bruscamente, buscándote a cada lado, con tu perfume aún en mi ropa y tu sabor aún latiendo en mi boca.
Tan lejos.
No me dejes sola.
Te quiero conmigo.