12 noviembre, 2011

Presentimiento.

































Lo siento.
Fui muy brusca.
Lo soy innecesariamente.
Pero no puedo evitarlo.
Te fuiste hace meses y aún no vuelves.
Tengo el presentimiento de que nunca vas a volver.
Prefieres estar lejos.
Ya no sé qué siento al respecto.
Antes me dolía silenciosamente, pero ahora parezco estar más resignada que dispuesta a enmendarlo.
Quizás eso está mal.
No lo sé.
La verdad ya traté y no pareces tener interés.
Tengo el presentimiento de que nunca vas a volver.
Porque no sabes cómo volver.
No sé si espero de ti lo mismo que antes.
Quizás esperaba que crecieras conmigo, o yo lo hice de manera distinta y fui yo la que se fue.
La verdad ya no lo sé y no trato de descubrirlo tampoco.
Todo lo que debería ser trascendente en vez de trivial, todo lo que debería ser sincero y verdadero, viniendo de ti me parece falso, efímero, insípido, simplemente nada.
Me parece que no sientes lo mismo que yo.
No estamos en la misma página.
Me dices que lo estás, pero no me entiendes, no sientes lo mismo que yo.
Todo lo que tenemos es efímero.
Todo lo que tenemos ahora es banal.
Tengo el presentimiento de que nunca vas a volver.
Y la verdad no sé que siento al respecto.
Te veo tratar pero... no sé si estás tratando de verdad.
¿Quién eres ahora?
Tengo el presentimiento de que nunca vas a volver.
Porque no sé dónde estoy.

11 noviembre, 2011

Flor.



Decido y decido que sí.
Decido y decido que no.
Decido que mejor no voy a decidir hoy.
Ni mañana, ni pasado.
Sí, eso decido.
Decido no preocuparme hoy sobre lo que soy.
Sobre lo que digo y hago.
Sobre lo que siento.
Decido no ponerle nombre.
Hoy no.
Mañana tampoco.

Esta flor que me dieron, esta flor que se marchita con cada bocanada de aire fresco, esta flor que se hace más amarga que dulce con el pasar de los días... aparentemente no se está muriendo.
Aparentemente no.
O por lo menos eso es lo que decidí.
Lo que decidí hoy, mañana y pasado.
Esta flor mía, con pétalos de cabellos castaños y un brillo alegre y feliz, con un tallo erguido orgulloso y hojas  que abrazan al sol, esta flor mía, esencia de mi alma.
¿Dónde pongo esta flor?
¿La pongo detrás de mi oreja derecha o de la izquierda?
Izquierda: sí, derecha: no.
Decido.
Pero ya decidí.
Decidí que esta flor no moría.
Entonces, ven aquí y susúrrame al oído.
Recuérdame por qué te puse en la izquierda.
Esta flor de la virtud, se enraiza a mi cabeza, se vuelve mi cabello, mis ojos, mis labios, mis oídos, mis manos, mi todo.
Se vuelve seductora y se siente viva.
Se acuerda de que no está muerta.
Porque... eso fue lo que decidí, ¿verdad?
¿Verdad?

06 noviembre, 2011

Latido.


Terminó esta terapia musical que me obligué a hacer por un mes.
Nunca lo había hecho y no creo que se repita, pero fue grandioso. 
Me permitió volver a sentir ese dolor que sentía antes, cuando no escribía y tenía todo guardado, quemándome la cabeza. 
Pude volver a sentirme liberada ahora al escribir como me siento, y entender de verdad la catarsis que me produce.


Ella madura muy rápidamente.
O quizás siempre fue así y yo no quise darme cuenta hasta ahora.
Ahora me doy cuenta lo mucho que la necesito.
Ella me dice justamente lo que las cosas son, no lo que quiero oír.
Ella me es sincera, y me hace feliz que ella espere lo mismo de mi.
Creo que en estos últimos años logré comprenderla mejor que a mí misma.
Se parece mucho a mí.
O por lo menos trato de buscarme en ella.
Pero ella es mejor que yo.
Ella es mucho mejor persona.
Simplemente no lo sabe.


Él me habla en un idioma que ya no entiendo.
Es como si jugáramos a odiarnos para después perdonarnos sin decir nada.
Con una mirada es como si me lo gritara todo.
Pero después me pierdo tratando de entenderlo.
Trato de consolarlo, de llorarlo, de suspirarlo, pero nada me resulta.
Es como si él simplemente ya no estuviera.
No quiere verme ni tenerme en su vida.
Y así me duermo, olvidada, dolida, despechada, solitaria.
Hasta que él vuelve riendo, y me hace sentir viva otra vez.
Él es mucho más de lo que vemos.
Sólo que no me deja verlo.


Él apareció como una estrella fugaz en mi vida.
Al principio no sabía qué deseo pedirle.
Luego, se me ocurrieron demasiadas cosas.
Finalmente, no me decidí por ninguna.
Me encanta cómo se arruga tu cara cuando te ríes.
Y la manera en la que siempre me haces reír.
Me encanta que seas honesto y sincero.
Y la manera en la que logras que te diga la verdad.
Me encantan tus palabras y tu silencio.
Y la manera en la que nos quedamos callados sonriendo.
Me encantan tus ojos y el brillo que les da el sol.
Me encantas todos los días, simplemente no lo sabes.


Siento como me limpio por dentro, como voy mudando mi piel, deshaciéndome de los viejos harapos que arrastraba, quemando todo el hielo que mantenía mi corazón frío. 
Este dolor que palpitaba junto con mi corazón se está yendo, poco a poco, con cada latido.
Con cada latido.
Con cada latido.