11 noviembre, 2011

Flor.



Decido y decido que sí.
Decido y decido que no.
Decido que mejor no voy a decidir hoy.
Ni mañana, ni pasado.
Sí, eso decido.
Decido no preocuparme hoy sobre lo que soy.
Sobre lo que digo y hago.
Sobre lo que siento.
Decido no ponerle nombre.
Hoy no.
Mañana tampoco.

Esta flor que me dieron, esta flor que se marchita con cada bocanada de aire fresco, esta flor que se hace más amarga que dulce con el pasar de los días... aparentemente no se está muriendo.
Aparentemente no.
O por lo menos eso es lo que decidí.
Lo que decidí hoy, mañana y pasado.
Esta flor mía, con pétalos de cabellos castaños y un brillo alegre y feliz, con un tallo erguido orgulloso y hojas  que abrazan al sol, esta flor mía, esencia de mi alma.
¿Dónde pongo esta flor?
¿La pongo detrás de mi oreja derecha o de la izquierda?
Izquierda: sí, derecha: no.
Decido.
Pero ya decidí.
Decidí que esta flor no moría.
Entonces, ven aquí y susúrrame al oído.
Recuérdame por qué te puse en la izquierda.
Esta flor de la virtud, se enraiza a mi cabeza, se vuelve mi cabello, mis ojos, mis labios, mis oídos, mis manos, mi todo.
Se vuelve seductora y se siente viva.
Se acuerda de que no está muerta.
Porque... eso fue lo que decidí, ¿verdad?
¿Verdad?

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