20 octubre, 2016

Venció.


Y me he encontrado a mi misma teniendo que volver a aquí con más frecuencia que antes.
No porque no pueda hablarlo, sino porque aquí no hay que explicar nada a nadie.
Estoy cansada de tener que explicarme, justificarme, pedir disculpas.

Cuando me di cuenta ya debo haber llevado unos 15 minutos mirando a la pared.
Ese pequeño cuadrado blanco y negro.
Su nombre en la esquina y la fecha de hace dos años.
No sentí el alivio de haberlo hablado con alguien incluso cuando lo hice, sólo me senté sin planearlo, reviviendo todo lo jocoso buscando un recuerdo amargo de advertencia que no pude encontrar, incluso culpándome por mi estupidez al no poder hallarlo, revivirlo y re-analizarlo una y otra vez.
Para mí no se hizo palpable hasta ayer, con cuatro personas mirándome de reojo y luego de frente.
Sentí que sudaba de incomodidad y que el corazón me latía en las orejas.
Un revoltijo en el pecho y de nuevo esa sensación asquerosa de culpabilidad injustificada.

Lo hablamos y hablamos y hablamos y pensé.
Aquí es dónde y cuándo se resuelve todo.
Pero de nuevo me descubrí a mí misma con el zumbido en los oídos y el agotamiento.
Nunca he tenido que lidiar con estas cosas.
No mientas.
Ha pasado demasiado.
Ya ni siquiera me acuerdo de cómo lidiaba con esto en el pasado.
Contigo ya ni me preocupo de esas cosas, simplemente pasan de largo.
No nos tocan.
Pero a ti si te pasa con otras personas, y a mí también.

Me dio pena pensar que somos exactamente lo que se necesita para vivir satisfecho, la contraparte, el complemento, que jamás se va a dar en la forma que necesitamos, que jamás calzará tal cual, que jamás, jamás, jamás se encuentra en vivo de la manera que uno espera.
Viendo esa caja blanco y negro, y luego quedando pegada al rincón que marcaba lo que yo no sabía pero que ahora no voy a poder olvidar nunca.
Su fecha de vencimiento.
Nació, vivió y venció.

Miré cuánto tiempo llevábamos ya hablando y pensé inocentemente.
¡Qué largo! No pensaba que iba a ser tanto.
Y luego me cayó la ola que tenías en stop afuera de mi ventana.
Estaba empapada cuando terminó, hirviendo en rabia, ya no te podía escuchar con el zumbido a todo volumen pitándome en los oídos.
Toda esa verborrea que no se de qué trató fue mi defensa y dolor.
Mi protegida está sangrando y yo la vengo a acunar.

No sabía que también te pasaba.
Hasta hoy.
Qué ganas de haber estado allí para haber roto lo que sea contigo.
A palos.
Pisarlo, como se merece.

Ahora, sin embargo, lo que encuentro más insólito, idiota e incomprensible.
Esta rabia ya disipada me deja un sabor absurdo en la boca.
Vergüenza.
No lo puedo creer.
Tengo una vergüenza inmensa.
Y no sé por qué.
Quizás por eso no puedo despegar los ojos de esta bendita pared.
Porque hay unos ojos que hice yo y los otros no, y esos ojos que no hice me miran de una forma que no sabía era posible.
Esa es la percepción que tiene de mi y me está mirando de vuelta.
Siempre lo supo.

Quisiera encontrar dónde quedó la ventana abierta que me está helando aquí adentro y cerrarla.
Encontrar dónde está el puñal y sacarlo de una vez.
No quiero sangrar más.

Me da vergüenza.

Luego me puse a pensar.
Sobre cómo me tiene que hacer sentir el que recién ahora, después de un año y medio decidas que el viaje será por mí, que no hay otro propósito.
¿Debería sentirme valorada una vez más?
Parché a mi protegida y ahora quiere agradecerme.
No tengo problema en recibir tu cariño.
Quiero que vengas y me laves la vergüenza que no puedo sacarme de la cara.
Que me digas a la cara que no hice nada mal.
Que me expliques por qué pasó esto.
Que me expliques por qué venció.