30 diciembre, 2010

Mascarada.



Te invito a mi mascarada.
Puedes inventar tu mejor cara.
Disfrazar tus penas de alegrías, maquillar de tranquilidad tu agonía.
Puedes inventar cualquier historia, dejar llover mentiras, todo mientras no se sepa la verdad.
Nadie sabe quién es quién en mi mascarada.
Pero todos saben que nada es verdad.
No es un engaño si todos saben, sino un complot para complacer a todos por igual.
Puedes ser lo que siempre has deseado, convertirte en lo que siempre quisiste.
Decir que has sido exitoso en todo lo que te propusiste, que conseguiste todo lo que quisiste.
Y todo será verdad, sólo por esa noche.
Ven a mi mascarada, y seamos lo que nunca seremos.
Ven a mi mascarada, y digamos lo que nunca decimos.
Ven a mi mascarada, y sintamos los que nunca sentimos.

Mi mascarada no durará mucho contigo.
No puedo seguir fingiendo que no te quiero golpear cada vez que te veo.
No puedo esconder este odio latente que siento hacia ti.
Sin embargo, tengo que soportar tu presencia todos los días, hora tras hora.
Viviendo bajo el mismo techo.
Traté de justificar tu comportamiento y tomarlo como algo normal.
Pero no es así, y no tengo por qué soportarlo.
Merezco más que eso.
Esto no lo vas a poder borrar con un "Discúlpame, por favor".
Tuviste innumerables oportunidades.
Me has envenenado con una rabia que se aferró a cada célula de mi corazón, hasta tornarlo negro.
Ese es tu logro, ¿estás contento?.

10 diciembre, 2010

Lluvia.



No me gusta la lluvia.
Es una intrusa.
Aparece sin aviso alguno e inunda todo lo ajeno.
Moja todo mi cabeza y me hace perder el hilo de mis pensamientos.
Deja mi cabello reposar estilando en mi espalda, brillando con las pequeñas gotas de agua.
Atraviesa todas las fibras de mi camiseta, y se adhiere a mi piel.
Me molesta como la lluvia pareciera estar consciente de todo lo que alguna vez pensé.
Todo lo que hice o dije.
Cae como el castigo divino desde el cielo.
Totalmente omnisciente.
No lo sé.
Me molesta como pareciera juzgarme, sabiendo cada pecado que cometí, cada respuesta que omití, cada sentimiento que censuré.
Es realmente una entrometida.
Comienzo a tiritar pensando en el veredicto de su juicio, y luego sale el sol.
Los rayos tibios secan todo lo que el agua mojó, sin quedar rastro alguno del juicio.
Todo el veredicto parece como un sueño inventado en mi cabeza.
Pero cuando llueve de nuevo...


09 diciembre, 2010

Realista.



Quizás esa sea la mejor palabra que describa la personalidad de este peculiar personaje.
Ojo: ser realista no es ser pesimista.
Al contrario, es ver la parte idealista del mundo enfocada en un ámbito alcanzable.
Pero la gente no parece verlo de esa manera.
La gente prefiere seguir soñando en su burbuja perfecta y cursi, mientras el mundo se desmorona a sus alrededores.
Las cosas no son así, y cuando uno rompe su ilusión, ellos creen que los llamaste ilusos e inocentes, y ese tampoco es el caso.
En fin, nombre del sujeto: Sergio.
La verdad me sorprende no haber escrito antes sobre él, y parece haber vestigios de intentos en mi cabeza, los cuales intentaré compilar en esta entrada para sacarlos fuera.
No es el tipo de persona que intenta subirte el ánimo intencionadamente, pero termina haciéndolo sin querer todos los días, por lo menos conmigo.
Se ríe de mi risa y yo de la suya.
Es muy grata su compañía.
De hecho, es muy cómoda, ya que no exige ninguna respuesta, nunca.
Simplemente divagamos sobre cualquier tema, tocando tópicos triviales hasta llegar a los más entrañados y complicados sentimientos.
Y yo entre risas y lágrimas.
Pero no me he permitido quebrarme frente a él.
No sería justo.
Me preguntó sobre lo acontecido hace ya más de un mes, y se lo conté.
No iba a negárselo, él es de mi suma confianza.
Simplemente analizó lo que le dije, contrastándolo con sus propios recuerdos y recopilaciones, supongo, ya que parecía estar haciendo un análisis exhaustivo en su cabeza.
Casi podía ver imágenes desfilando por su retina, y yo, sintiéndome casi como una intrusa, terminé cerrando el tema.
No creo que me atreva a sacarlo otra vez.
No soy tan valiente.
Lo admiro en muchas maneras, por su forma de ver el mundo y expresar sus pensamientos ante éste, la cual encuentro muy similar a la mía, y nos proporciona un entendimiento más allá de palabras.
Me sirve su compañía seria de vez en cuando, desquita mis rabias y temores.
Aparentemente, es uno del muy reducido número de lectores asiduos que siguen este blog, aunque sea anónima pero fervientemente.
Has sido de gran ayuda, ya que no me dices lo que quiero escuchar, dices lo que son las cosas.
Gracias por tus palabras y consejos, amigo.

07 diciembre, 2010

Vuelve.


Últimamente no sé qué pretende.
Sus acciones se vuelven más y más curiosas conforme pasan los días e incluso he llegado a alegrarme un poco de que no nos vayamos a ver tan seguido en las vacaciones.
Aprovecha cualquier oportunidad disponible para llenarla con su presencia y palabras, como queriendo destacar que ya no son invisibles, como pudieron serlo antes.
Recalcar que su persona es invaluable y que somos más o menos afortunados de tenerla.
El asunto es... que no es así para mí.
No hoy, no ahora.
No después de lo que pasó.
Simplemente cambió.
No puedo tener la misma perspectiva sobre él después de lo que pasamos.
No sabe igual.
Pero me duele verlo un poco urgido.
No es algo en lo que me regocije.
Pareciera dispuesto a hacer cualquier cosa para volver a lo que teníamos antes, antes de todo, como a principio de año.
Me molesta un poco, y creo que no estoy haciendo lo correcto.
Lo daría todo, o al menos así parece.
Pagaría el precio.
Pero, ¿cuánto es lo que cuesto en realidad?
¿Debería hacérselo acaso más difícil?
No lo creo, pero creo también que me desvalorará por no haberlo hecho.
Y entonces me acordaré de que no pude hacerlo.
Sí... me acordaré luego, pero por ahora no me importa.
Él quiere que vuelva y eso haré.


07 noviembre, 2010

Fantasía.



Y ahí mismo, me besó.
Bueno, no fue exactamente así, me he saltado muchísimos detalles, transcurridos a lo largo de seis años, pero ¿qué importa?, estamos aquí y ahora.
Tan despedazada y adolorida como me encontraba, sólo bastó con el cariño que tanto ansiaba para derrumbar todas mis barreras.
Aquella mentira que me repetí tantas veces intentando convencerme, casi termino por hacerlo, hasta ayer.
Siempre tan preocupado, tan caballero, su mirada me desconcertó varias veces, incluso me deslumbró, debo admitir.
Le había incitado a mantener ciertas apariencias, que, aunque no fueron muchas, no sirvieron de nada a la hora de no levantar sospechas.
Todo el mundo sabía en lo que estábamos.
Y nosotros también sabíamos que lo sabían.
Pero no nos importaba nada.
De hecho, realmente no me importaba nada.
Sólo lo quería cerca, y me dolía mucho decirle que no se acerque tanto cuando estábamos en público. Me partía el alma leer sus expresiones.
Él también entendía mi posición, pero se moría de ganas de acercarse, y yo también, pero cada uno se quedaba en su lugar, mordiéndose la lengua.
Pero fue perfecto.
Me abrazó bajo los rayos enceguecedores del sol, tan fuerte como que nunca me dejaría ir.
Me susurró al oído cuánto me quería, y me besó la oreja.
Fue como la manzana prohibida.
Que, de hecho, no tenía ni una gota de prohibida.
Pero no se por qué me sentía un poco culpable.
Debe haber sido por la encuesta que más tarde me tendió él.
Pero en ese momento, no me importó.
Caminábamos muy juntos, tan cerca, y aunque había mucha gente, lo escuchaba claramente.
Me enraizó en sus brazos y me detuvo lentamente.
Acercó sus labios a mi oído y susurró.
Su pregunta realmente me encontró desprevenida.
Creo que él pensó que yo fingí mi sorpresa, pero realmente no me lo esperaba.
Me giró lentamente, hasta que quedé frente a él.
Sentí una chispa en mi mirada, y en la suya también.
Sentíamos exactamente lo mismo en ese momento.
Junté mi cabeza con la suya, disfrutando cada segundo.
Él sabía mi respuesta, y yo también.
Me rendí, y le respondí.
Él sonrió, vencedor.
Su sonrisa era tan hermosa.
Nos miramos a los ojos, y pude ver que era tan feliz como yo.
Luego, me acarició la mejilla y sus labios se acercaron a los míos.
Se me cerraron los ojos, y dejé que me llevara la corriente.
Lo besé y sentí su aroma, sentí su piel cálida, sentí todo.
Por un momento, fui consciente de cada célula que estaba en mi cuerpo.
Fue perfecto.
Fue el beso más perfecto.
Y justo en ese momento, nos interrumpieron.
Entre risas y vergüenza, nos volteamos a ver quién era tan insistente.
Dios, no esperaba que ese hombre estuviera ahí.
Pidió que le siguiéramos, de inmediato.
Obedecimos sin chistar.
Entramos a su oficina, y cerró la puerta tras de sí.
Sólo dijo unas pocas palabras, concisas.
"No es malo, sólo es malo el momento y el lugar".
Ambos asentimos.
Era el vice-rector del colegio.
Nos despachó y salimos en silencio.
Se sentían exactamente como el momento y lugar perfectos para mí.
Cuando estuvimos solos, nos despedimos.
Me miró, todavía un poco avergonzado, y me dio un beso corto.
Lo miré irse, casi escondida, y me alejé con una sonrisa flamante en mi rostro.
Parecía, realmente, una fantasía.

Presión.



Semana difícil.
Todas las paredes parecían cerrarse sobre mí.
Todos esperan algo y yo he de dárselos, ¿no?.
Pues no, no es así.
Aquí, el control lo tengo yo.
Así es.
Empezando por él.
¿Cuál será su afán de seguir con estas encrucijadas?
No les hacen bien a nadie, especialmente a él mismo.
Me exige explicaciones que no le debo.
Me hace preguntas que no debería responder.
Sólo lo hice por el respeto que en realidad no te debo, por el que tú tampoco me respetaste.
Pero aún así lo hice.
Así que, sigue tu propia advertencia, o mas bien dicho amenaza, y "no abuses de la tolerancia que voy a tener contigo".
El asunto acaba aquí mismo.

30 octubre, 2010

Encerrada.



La mujer se cuestionó
otra vez tras los barrotes
esto no fue lo que ocurrió,
ninguno de ellos me conoce.

Siente gotas cual cuchillo,
como la voz de su conciencia.
No entiende qué fue lo que hizo
ni por qué se le condena.

La mujer se cuestionó
otra vez tras los barrotes
nadie le borró el dolor
que inunda a sus tres corazones.

Un remolino la llevó
hasta donde nadie llega.
Paciencia fue algo que no halló
y a su rabia le dio rienda.

La mujer se cuestionó
otra vez tras los barrotes
ninguno de ellos le avisó
de los secretos que se esconden,
del dolor en sus corazones,
ninguno de ellos la conoce.


¿Estoy dándote acaso más respeto del que debería?

18 octubre, 2010

Ángel Caído.



Su piel es seda en mis manos.
Su voz, arrullo para mis oídos.
Sus labios agua en mi boca.
Su cuerpo, todo lo que ansío.

Quisiera inclinarme sobre su cuerpo tendido
y tocar las inalcanzables plumas de sus alas.
Desarmarlo en el acto de un solo suspiro
y no inmutarme ante su mirada.

Quisiera borrar sus heridas con sabor de mis labios.
Entregarle mi cuerpo sin recibir nada a cambio.
Susurrarle al oído cuánto es que lo amo
Agradecerle a los dioses mi hermoso regalo.

Perdonar de su mente todos sus pecados.
Convertirme en lo que su alma siempre ha deseado.
Quemar sus recuerdos de pasados calvarios.
Volar sobre todo lo que el hombre ha pisado.

Él, al cual llamo mi ángel caído
y espero me lleve a volar consigo.
Él, al cual llamo mi ángel caído
que convierte mi vida en un paraíso.

10 octubre, 2010

Vergüenza.


Estoy terriblemente humillada.
Cada palabra que me dijo me dolió un poco más que la anterior.
Nada que no supiera, sin embargo, fue distinto oírlo fuera de mi cabeza.
Nada de esto lo rompí.
Yo quería pegar cada pedazo, pero no me dejaste.
Dejaste que quedara roto.

¿Sabes qué es lo que más me duele?
No fue lo que dijiste, sino que no fuiste lo suficientemente para decírmelo en mi cara.
Nunca.
Nada me lo dijiste en mi cara.
Cada pensamiento que cruzaba tu cabeza, te lo guardabas, y cuando no me vieras, lo escribías.
Ni siquiera me demostraste respeto por los 8 meses que pasamos.
Luego te vas a dar cuenta de tus errores, y aprenderás.
Pero nunca te olvides, de que esto no lo quebré yo, fueron tus celos.

No tienes autorización para seguir leyendo mis palabras.
No la tienes.
¿Entendiste?

29 septiembre, 2010

Curiosidad.

































Ojos delatores.
Miradas furtivas van y vienen.
Mi mirada enjaulada, llora sola en su prisión de aire.
Se amarra a sí misma a cadenas que sabe que no romperá.
Pone letreros en territorio que sabe no pisará.
Se muerde la mano antes de tocar el pecado.
No sabe controlarse, ni cómo liberarse.
Grita y se deshace en lágrimas.
Luego, enardecida, se reprocha su cobardía.
Entierra sus esperanzas, sus anhelos, que ahora encuentra irrelevantes.
Con otra mirada vehemente lo exhorta a responder.
Los ojos indiferentes captan el mensaje y prefieren ignorarlo.
Se regocija la satisfacción que le produce ser observado.

Jura.
Jura y jura.
Por favor.
Por favor cumple tu palabra.
Es todo lo que pido.
Todo lo que ansío y añoro.

10 septiembre, 2010

Gruñidos.



Los veo.
Lo desean tanto.
Es tanta la rabia que tienen.
Sólo quieren matarse el uno al otro.
Hago preguntas que ambos responden.
Y yo no sé que hacer.
El peso se va hacia un extremo y deja a uno en la cima y al otro bajo tierra.
Inconcebible.
No mientras esté en mis manos.
Es sólo que... es tan difícil hallar el equilibrio entre ellos.
Rozan constantemente, y yo intento calmar las aguas, pero no creo que ninguno de los dos aguante mucho más.
Simplemente agua y aceite.
Cada uno trata de acercarse a su manera, y el otro gruñe instintivamente.
Me imagino sus colmillos a la luz, y ellos disputándose lo que no deberían.
Un día, uno se volteará y me morderá tan fuerte...
Esto también es mi culpa, yo permití esto.
¿Cómo dejé que esto pasara?


02 septiembre, 2010

Cortejo.



Qué hermosa época es la del cortejo.
Llena de sensualidad y también de curiosidad.
Ambos deseosos de saber quién llega más lejos.
Todo da cosquillas, todo es inesperado, inolvidable.
Todo sabe dulce.
Es la mejor época de todas, nunca debería acabarse.

Siendo el amor una conquista, parece perder valor al ser capturado.
Ya que al verlo más de cerca, puede que no se vea tan atractivo como parecía más de lejos.
Pero en otros casos, la presa, mientras más cerca, más atractiva se ve, y el amor parece escaparse por los poros, lejos de poder esconderse, extremadamente indefenso y evidente.
En estos casos, el cortejo nunca acaba.
Pareciera escaparse involuntariamente en cada palabra, cada gesto, suspiro, movimiento y decisión.
Es lo más tierno de todo.
El no poder esconderlo.
El tener el palpitar desenfrenado e inextinguible, de una necesidad incontrolable que se alimenta de cada pensamiento, deseo, sueño que abruma la mente. Cada mirada, movimiento, abrazo, beso, debe encontrarse inmerso en esta necesidad que tan vehementemente alimento.

Ay... el cortejo.


17 agosto, 2010

Sueños.



En sueños me encuentra totalmente desprevenida.
Aparece desde cualquier esquina, y se evapora tal cual llegó.
Aparecen tres versiones de lo que me falta y ansío, y tres veces me atormentan sus ojos.
Grito con la mirada, y me estrecha con sus manos.
Aquellas manos hermosas.
Se evapora y otros cabellos le reemplazan.
Me envuelvo en un aroma indescifrable, que al terminar la noche, siento en mi boca, cual latido de su corazón.
Tres labios dicen las mismas palabras, y cada vez suenan más confusas.
Luego despierto y me doy cuenta de lo vergonzoso que es sentirse indefensa.
Indefensa por las noches.
Despierto y lloro desconsolada.
¿Por qué tiene que ser un sueño?
¿Por qué no puede ser real?
Al día siguiente no puedo quitar las imágenes de mi cabeza, aquellas en donde todo parece solucionado.
En medio de una turba renace ese aroma que ansío, pero despierta lo rechazo.
Despierta no estoy indefensa.
Pero al caer la noche...

12 agosto, 2010

Tras bastidores.



Ha cambiado el escenario.
Ya no es el niño asustado que desviaba la mirada cuando sus ojos se encontraban con los míos.
No es el que decía cosas irrelevantes sólo para que no quepa el silencio.
Ahora es el hombre confiado que no cuestiona nada.
Da todo por sentado y camina con paso firme.
Ni siquiera posa sus ojos en los míos, y si por un desliz ocurre, serio vuelve a concentrarse.
No es el que hacía cosas esperando que las notara, esperando una reacción, esperando sorprenderme.
Independiente, ahora puede prescindir de mí.
Tiene pensamiento y opinión propias.
Aún así, sigue teniendo los mismos gustos.

Tras bastidores, me confiesa que es el mismo, que no ha cambiado nada.
Con una mirada me lo dice todo.
Yo recuerdo lo que muchos me dijeron.
Lo que negué fehacientemente.
Tras bastidores, me encuentra indefensa.
Sólo una puerta.
Una puerta.
Que permanecerá allí.
Cerrada.
Mientras esté despierta.

Me alegro por él.
Me alegro de que haya asesinado al niño asustado que tanto tiempo estuvo dentro suyo.
Ahora él me exhorta a prescindir de él.
Pero yo no puedo.
Me aferro a él tanto como él se aferra a mí.
No es lo mismo.
No.
Lo cerré.
Ambos lo sabemos.
Ese capítulo se quemó.
Lo obligo a hacer lo que yo no puedo.

Tras bastidores no es lo mismo.
La obra comienza y todos se ponen sus mejores máscaras.
Sus cordeles nadie los maneja.
Tampoco los míos.
Yo no soy la actriz.

Me alegro por él.
Lo miro de lejos y sonrío.
Al fin.

26 julio, 2010

Aguanta.



Algo serio se teje estos días.
Parece terrible a ojos ajenos, pero yo lo ansiaba desde hace mucho.
Tanto tiempo de soportar lo insoportable, que ahora parece irrelevante.
Algo que ocurriría tarde o temprano.
Lo estaba esperando, y aún así, se me erizaron los vellos de todo el cuerpo al oírlo.
Algo serio se teje estos días.
Algo que no esperaba, pero aún ansiaba.
No puedo decirlo.
No hasta que ella esté segura.
No te arrepientas, por favor.
Es sólo un mal momento.
Pero pasará, sólo aguanta.
Aguanta conmigo.

13 junio, 2010

Incertidumbre.


Ella hace esas cosas que yo no hago por él, de la misma manera que él hace esas cosas que él no hace por mí.
¿Debería molestarme el no ser lo suficientemente completa?
¿El no ser suficiente?
No lo sé.
Creo que debería acostumbrarme a saber que a veces... a veces sólo no somos suficiente, y es necesario tener a alguien más.
Yo lo tengo a él, y él la tiene a ella.
No creo que le moleste a él estas cosas, pero a mi sí.
Me molesta haber perdido eso que antes bastaba.
No sé cómo lo perdí, pero se fue.
Y lo extraña.
Me complace que por lo menos lo encuentra en alguien más.
Yo también me refugio en alguien más.
No sé tampoco si es refugio.
Quizás es alivio.
Uno se cansa.
No puede ser trabajo sólo de dos personas.
Uno debe liberarse, creo yo.
O si no, termina por hastiarse.

Espero ansiosa el momento de encontrarnos, y luego termina por apagarse.
No sé qué es lo que es.
No hay sonidos, sólo silencio.
Y no me molesta, pero creo que a ti sí, y eso me inquieta.
Duermo y pienso en ello.
No lo sé.
Tiempo.
No quiero que se agote.
Ni que se hastíe.

28 mayo, 2010

Ironía.



Aún hay tanto que hacer.
Que decidir.
Que contestar.
Que acabar.

Ella me preguntó y notó el casi desapercibido ceño fruncido.
No acabó la frase e inmediatamente cambió el tema bruscamente.
Ambas intentamos no darle mucho peso, y continuamos hablando de trivialidades.
Luego, él pasó por el otro lado de la calzada, evidentemente hundido en la vergüenza, y saludando casi por obligación.
Nosotras saludamos cortésmente y me olvidé totalmente de lo que estaba pensando.
Una de sus cualidades es que habla tanto que me complace no tener que replicar tan a menudo.
Sólo asiento y escucho la mitad, mientras mi cabeza se debate entre lo incierto y lo verdadero.
Creo que ella también comprende eso, y sabe qué es lo que pienso.
Inicié el tema y ella siguió hablando de él hasta que sutilmente lo cerré.
La oscuridad se asoma y un sueño sobrecogedor me envuelve.
Todo se atenúa y mis ventanas se cierran.
Todo resulta muy irónico.

¿Cómo notas todo eso, Nina?

18 mayo, 2010

Ven.



Y camina adelante.
Yo tomo mi teléfono.
-Ojala que parezca que llamo- digo tan bajo que ni yo lo escucho.
Él se da vuelta, raudo, como si me hubiera escuchado decir un perjurio.
Yo lo miro extrañada, y atraso el paso.
Él lo nota y se da vuelta, como simulando no haberlo hecho.
Luego, se agacha a atar sus zapatos.
Yo intento aprovechar para avanzar e irme, pero para entonces, él ya había acabado, y quedamos a la misma altura.
Él no dijo nada, y yo tampoco rompí el silencio.
No fue necesario, porque luego sí me llamaron.
Entonces, salí corriendo como si me esperaran.
Deja de intentarlo tanto.
Me aflige verte tan necesitado.
Has recuperado la vitalidad que se había gastado con los años.
No sé si será fachada o no, pero no me inmiscuiré.
Deja de intentarlo tanto.
No te odio.
Creo que... aunque no sepas lo que me hiciste, yo lo sé, y aún arde cuando lo pienso.
Y la manera en la que me hiciste verlo me dolió incluso más que con Lukas.
Y eso nadie lo sabía.
Nadie.
Me hiciste soportar tu secreto y no sabías que él hacía lo mismo, ambos esperando que yo los levantara.
Además, después me usaste como pañuelo de lágrimas, culpándome además de tus penas.
Pero no es mi culpa, ¿o sí?.
Y aún te cuestionas qué fue lo que hiciste.
Pero deja de intentarlo tanto, Eduardo.
Porque por más que lo intentes, no lo voy a olvidar.

-¿Y a quién puedo ver ahora?- pienso mientras me imagino a todos haciendo algo más importante.
Y luego lo llamo.
-Ven a buscarme- le digo suavemente.
-¿Dónde estás?- me inquiere sin chistar.
Y aparece aquí, y me río y él también, de lo irónico y estúpido, de que él esté allí, y de que yo se lo pidiese.
Me mira con su mirada delineada y me desarma.
Me desgarra.

Me reconforta saber que si llamo, estás.
Qué bueno tenerte ahí.

17 mayo, 2010

Nido.


La mesa se achica.
Podía oírlos mientras enjugaban sus lágrimas por separado, tratando de que ninguno de los dos lo notaran.
Luego llamó, y entonces ya se hizo más evidente.
Cualquier cosa que recordaban les hacía humedecer sus ojos.
Su mirada se hace más triste cada día.
Yo no sé cómo mirarla.
¿Y cómo debería hacerlo?
Si una parte de mí se muere por embarcarse en esto, pero la otra quiere seguir aquí, nunca irse.
Termino enjugando lágrimas.
Me imagino en tres años más despidiéndome y se me parte el alma.
Termino enjugando lágrimas.
Qué difícil es avanzar.
Más aún cuando soy yo la que no quiere romper las cadenas.
Y entiendo.
Entiendo todo, de verdad.
Ella dice que sólo son un paso en el camino, ellos sólo estaban para acompañar en el principio, y que a ellos les encantaría tenernos por el tiempo que quisiéramos, pero la vida no es así.
Y lo entiendo.
Yo misma enjugaré lágrimas en unas dos décadas.
Qué difícil es avanzar.

Todo se logra con voluntad.
Puedo caerme un millón de veces.
Sé que será así.
Pero me voy a parar, eso nunca lo he cuestionado.
Cada vez será más difícil.
Pero voy a romper las cadenas que yo misma me impuse.
Nada me va a ganar.
La fuerza, el cansancio, el amor, el odio, la alegría, todo es psicológico.
La clave está en dominarse.
Puedes quebrarte, pero la magia está en componerte.
Yo me compondré.

Todos esperan que decida ahora.
-Dime; rojo verde o azul - me inquieren insistentes, como si abriendo los ojos o cargando la voz la respuesta se hiciera más clara.
Soy cambiante, por todos los cielos.
Si digo que quiero algo hasta que me muera, ¿no existe una gran posibilidad de que más tarde me arrepienta de haber elegido eso?.
Es lo mismo que el matrimonio.
Y si decido algo y no me gusta, tendrá que gustarme.
No puedo arrepentirme.
Yo sé.
La inversión que ellos hacen.
Las esperanzas que tienen.
Progreso.
Visión.
Cultura.
¡Lo sé!.
Y cree aún que el camino no está claro.
Pues... lo está.
Desde que tengo memoria, nunca me ha gustado otra cosa.
Nada me gusta más que eso.
Por más que me guste la música, nunca pensé, ni soñé en ser música.
Por más que me guste escribir, nunca pensé ni soñé en ser escritora.
Por más que me guste editar, nunca pensé ni soñé en ser editora.
Nada me gusta más que eso.


Quiero ser médico.



11 mayo, 2010

Cobarde.


No lo sé.
Hoy todo parece estúpido, irrelevante.
Suena como una blasfemia.
Todo lo que hago o pienso.
Nada es vacío, todo tiene un significado oculto, al que yo le agregué una connotación propia.
Pienso y pienso en lo mismo.
¿Sí o no?
¿Lo es o lo soñé?
Pienso y pienso.
Se siente incorrecto.
Siento que me voy a arrepentir después.
Siento.
¿Sí o no?
No lo sé.
Nada es irrelevante.
Él mira.
Él mira otra vez.
Yo volteo.
Él mira insistente.
Su mirada delineada me quema la retina.
¡Dilo ya!
¡Dilo!
¡Cobarde!
¿Sí o no?
¡Dilo!
¡No lo sé!
Sí, lo sabes.
Él mira.
¡No!
Él voltea.
¡No!
Él se va.
Cabizbaja se da cuenta de su error.

Él mira.
Le quema la retina.
¿Sí o no?
¡Cobarde!
Quema.
¡Díselo!
Quema.
¡No!
Quema.
¡Cobarde!
¡Dilo tú!
¡Tú nunca lo has dicho, nunca has arriesgado nada!
¡¿Por qué yo?!
¡Tú eres el cobarde!

Y me mira con su mirada delineada.
-Cobarde -le digo.
Él lo sabe, se da cuenta de su error, y voltea cabizbajo.

24 abril, 2010

Mirada.



Ojos oscuros.
Miran fijamente.
Es una mirada que me atraviesa.
Me atraviesa con esa mirada delineada.
Me mira fijamente, cuando le pregunto.
Mira como si intentara destacar algo inscrito en el ambiente.
Algo que no noto.
Él cree que no lo noto.
Yo lo sé.
Me atraviesa con la mirada.
Siento que me acusa.
Él cree que no lo noto.
Yo lo sé.
Y le pregunto de nuevo.
Él dice "nada".
Y antes me mira.
Ojos muy abiertos.
"Deduce algo" - siento en mi cabeza.
Siento como se desenvuelve esa mirada y me habla.
"Ya lo sabes" - me dicen sus ojos.
Y me lo han dicho.
Cien veces.
Cien veces he dicho "No".
"No, no es así".
Y el me atraviesa con su mirada.
Gritando algo que está inscrito en el ambiente.
Algo que ya sé.
Algo que él no nota.
Y él dice "nada".
Y sus puertas se cierran.
Él dice "nada" y luego no habla.
Y el me grita con la mirada.
Esa mirada oscura que me atraviesa.
No me asustas.
En ti confío.
Y me gritas con la mirada.
Esa mirada que me atraviesa.
Y dice "nada".
Yo digo "No me mientas".
Y el grita con la mirada.

Revélame el secreto de tus ojos.

21 abril, 2010

Secreto.


Y apenas lo dijo me encrespé.
Al principio no había entendido de qué estaba hablando, pero hasta a ella le temblaba la voz hablando de eso.
No sabía cómo le afectaría el tema a él.
No se lo que piensa sobre esto.
Nunca lo hablamos.
Hace más de 4 años que conozco uno de sus secretos, y quizás también fue por eso que las cosas tomaron el curso que tomaron.
No me atreví a mirarlo por largo rato.
Quizás él notaría lo que yo intentaba esconder.
Mi curiosidad.
Cuando finalmente lo miré él tenía la mirada perdida en el vacío.
Muy pensativo.
¿Qué estaría pensando?
Pues claro que pensaba en eso, pero... ¿qué se siente?
Cuando yo supe intenté no parecer muy alarmada ni sorprendida.
Me imaginé que debería ser vergonzoso, además, la mayoría no tiene ni idea de lo que realmente ocurre en su vida.
Pasa desapercibida.
Por lo menos la mayoría del tiempo.
Hasta cuando vamos a su casa.
Ahí ya se entrevé algo.
No recuerdo decírselo a alguien.
Recuerdo haber titubeado.
Pero no revelado.
Y no lo voy a hacer.
Porque por más que aún me cueste mirarte cuando me hablas, te respeto.
Y no creo que alguien en su vida podría hacer algo tan indigno.
¿Cuán caro es el silencio?
Tu secreto no va a escaparse de mis labios.
Por más que me pregunten o sugieran.
Te respeto.

16 abril, 2010

Altanería.


La altanería es el peor defecto.
Dentro de los márgenes y proporciones, por supuesto.
Es lo peor porque... hagas lo que hagas todo resultará mal.
A nadie le cae bien alguien altanero.
Si te vas a acostumbrar a ser altanero, te acostumbrarás también a no tenerme al lado tuyo.
Viniste a decirme que no estabas enojado.
Te miré incrédula, realmente dudando de si lo habías dicho o lo había soñado.
¿Había alguna razón para ese enojo?
No.
Sólo una razón estúpida e insignificante.
Una razón completamente inmadura.
Y si todo no terminó como querías no fue mi culpa.
Y lo sabes.
Y yo sí tenía razón para estar enojada.
Pero me retuve, y te mostré la mejilla.

Y no voy a censurar ahora lo que no censuré antes.
Mis palabras.
Porque sabiendo que las leerás, escribiré lo que quiero escribir.
Porque si quieres leerlo es tu elección.
Sólo fue una invitación.
La cual puedo revocar.

No te atrevas a ser altanero.
No conmigo.

30 marzo, 2010

Deja vú.



... Tal vez no fue lo correcto...
-¿Cierto, Lina?
Mis ojos enfocan un entorno diferente.
-¿Ah?- pregunto desconcertada.
-¿No estabas escuchando?- inquiere ella ofendida.
-Sí, sólo me perdí al final...-traté de repararlo.
-Dije que podríamos hacerlo el martes -repitió ella.
-Bien, quizás me perdí antes -admití.
Ella comenzó de nuevo.
No escuché una palabra.
Trataba de encontrarle sentido a lo que ella decía, pero los sonidos se apagaban y parecía que hablaba en otro idioma.
Sólo veía su expresión, de nuevo enojada, y mis oídos se destaparon.
-Lina...-decía ella en tono bajo.
Yo la miraba tratando de concentrarme.
-Lina, ¿que ocurre?...-me miró preocupada.
Escuchaba claro otra vez.
-¿Ah?-pude articular.
-¿Que ocurre?
-Sólo estoy distraída...tengo sueño- mis ojos buscaban cerrarse.
-Duerme- me dijo mientras me tendía en el sillón y me tapaba.
Mis ojos no tardaron en encadenarse y las imágenes comenzaron a desfilar por mi retina.
Él, tratando de hablar, mi abuelo y el pequeño, y el muerto en su ataúd.
¿Habré hecho lo correcto?
Mis ojos se abrieron de improviso.
Estaba en otra casa, y todos estaban allí.
Él apareció, preguntándome algo.
Yo titubé, y él volteó y le habló a alguien más.
No entendía nada.
Avancé y entré a otra habitación.
Estaba toda la familia llorando, y apareció un párroco con una biblia.
Bendijo el ataúd y se fue.
No entendía nada.
Todo se borró y aparecí en la casa de mi abuelo, y mi madre lloraba viendo a un pequeño de 7 años.
Lo entendí todo.
-¿Cierto, Lina?-dijo ella.
-Estaba distraída.

28 marzo, 2010

Perdón.


Ese mismo día, él lo intentó.
Varias veces.
Entablar una conversación.
Yo simplemente no podía responderle.
No podía.
Él entendía y miraba a alguien más para que le respondieran.
Lo intentó de nuevo.
Esta vez yo sostenía la mano de él, y me miro sólo a mí, recalcando que me hablaba a mí.
Lo intentaba.
La cabeza me ardía, y las palabras de me atragantaban en la garganta.
Él miraba insistente, y yo trataba de escupirlas, cada letra pesaba más que la anterior.
Sólo pude decir monosílabos.
Aparentemente eso le bastó.
Lo intentó más tarde, pero no le dejé.
Lo intentará de nuevo, no se si podré.
Me obligaré a responder.
Esto no puede seguir.
Perdón es perdón.
Y aunque recuerde lo que pasó, y lo que me dijo e hizo, lo perdoné.
Y perdón es perdón.

27 marzo, 2010

Calor.



Fecha de cumpleaños y cómo nos iríamos a rehusar de atender, ¿no?.
No fue necesario que nos recordaran qué día, o la hora.
Aparecimos allí todos, sin importar cuán lejos fuera.
Risas y estupideces por horas.
A nadie le importaba.
No ese día.

Vimos una película de terror, comimos, bailamos, nos cansamos.
Terminamos por sentarnos en el sillón, juntos.
Me abrazó y sentí su calor.
Sus brazos se ataron a mi cuerpo y estuve a punto de caer en un hipnotizante sueño.
Me hacía cariño y yo, encantada, me acomodaba más cerca de él.
Minutos pasaron, y, lástima, luego me tuve que ir.
Soñé con su calor.

Soñé contigo, León.

23 marzo, 2010

Te perdono.

Eduardo.

Entiendo que quizás no entiendas esto, ni nada de lo que te diga.
Pero me es necesario creer que estás consiente de esto para poder hacerlo.
Entiendo.
Entiendo todo.
Entiendo cómo se siente y lo que se piensa.
Entiendo cómo uno razona.
Entiendo tu situación.
Alguien me dijo que no es bueno vivir con rencor por el más mínimo tiempo.
Y es verdad.
Es agotante.
Quizás no entiendas por qué te perdono, o de qué.
Pero, te perdono.
Y quizás nunca lo entiendas, pero no importa.
Te perdono.
Quizás no pueda mirarte o hablarte aún, o dejar de evitarte, pero cree que lo intento.
No te atrevas a forzarme.
Te perdono por lo que me hiciste sentir.
Y aunque nunca llegues a saber todo lo que hice para aguantar, te perdono.

Mensaje enviado.

13 marzo, 2010

Acorralada.


Algo muy peculiar ocurrió el día de antes de ayer.
Quedamos en juntarnos a la hora de siempre en el lugar de siempre, y cuando llegamos esperamos al resto.
Estábamos en eso cuando nuestros teléfonos empezaron a sonar.
Creo que ya adivinan quién era.
Claro que sí.
Eduardo.
Bueno, no fue necesario que les pidiera que no contestaran.
De cualquier manera no lo harían.
No querían.
Aparentemente a todos les está sobrando su compañía últimamente.
Llamó a todos por lo menos tres veces.
Incluso osó llamarme a mí una vez.
En mi fuero interno pensaba:
Llama sólo una vez más y no censuraré mi cabeza.
Lamentablemente para mí, no llamó de nuevo, y tuve que volver a enterrar ese rencor.
Pensábamos lo usual.
Nos había visto en el centro, y nos llamaba para preguntarnos por qué no lo habíamos invitado, que eramos unos ingratos, y blahqueteblah.
En fin, no le contestamos las 20 veces que llamó.
Decidimos subir al Cerro Phillipi cuando se hubo reunido todo el grupo.
Subimos animadamente, riéndonos, como siempre.
Llegamos a la cima, y nos sentamos en el mirador, como siempre.
Nos recostamos en los bancos, recordando lo que habíamos hecho la última vez que habíamos subido.
De pronto, de en medio de la nada, salta Eduardo con otro chico gritando.
Todos nos quedamos helados.
Realmente el intento de asustarnos había surtido efecto.
El otro chico resultó ser Felipe.
Él saludó, y todos le respondimos contentos.
Pero luego, Sergio le dijo a Eduardo que saludara.
Y todos saludábamos de mala gana.
Yo apenas asomé mi mejilla y ni sonreí cuando él se me acercó.
No habían pasado ni 5 minutos, cuando le dije en voz baja a Nina que nos fuéramos.
Ella al principio mostró una mirada de extrañeza, que se desvaneció una milésima de segundo después.
Me miró y me asintió.
Le hice una seña a María Lía, y ella me dijo que se quedaría, para que ellos no nos siguieran.
Asentí y me despedí de todos en voz alta, sólo para no tener que oler su perfume otra vez.
Bajé casi corriendo, y Nina me seguía a pasos cortos, con el aliento entrecortado.
La esperé, impaciente, y luego nos tomamos de las manos para poder bajar sin resbalarnos.
Estábamos en eso cuando aparece un hombre.
Su mirada me asustó.
No era la primera vez que me pasaba algo así, ni sería la última, pero su mirada...su mirada era tan...fría.
Nina también captó eso, y comenzamos a improvisar.
-Mejor esperamos al resto-dije con voz un poco más alta de lo normal.
Ella entendió la indirecta y dijo también:
-Sí, es mejor así, si no, nos asustarán.
El hombre bajó la mirada y siguió su camino.
Apenas lo perdimos de vista tratamos de seguir bajando.
Pero vimos que el hombre de asomaba desde abajo, a ver cuáles eran nuestros pasos siguientes.
Entonces sí me dio miedo.
Pensé en mis alternativas.
Subir como pudiéramos a juntarnos con el resto y después veríamos que hacíamos con el asunto.
Esperar a que el hombre se vaya, observándolo entre los arbustos.
Esperar a que alguien llegue.
Optamos por la segunda alternativa.
De pronto, el hombre miró su reloj y comenzó a caminar apresurado.
Cuando vimos que salía del cerro, soñó mi teléfono.
Mensaje.
Lina: Tuve que quedarme para que Eduardo no las siguiera. ¡Apúrense!
Asumí que llegaba un poco tarde.
Íbamos a comenzar a bajar cuando apareció todo el grupo.
Él sonreía se oreja a oreja.
Maldito.
Le dí a María Lía una mirada significativa, y ella entonces, se acercó con Lara.
-¿Qué ocurre?- me dijo con una gota de nerviosismo.
-Un hombre nos seguía, por eso no bajamos todavía-le respondí un tanto más tranquila ahora, con compañía.
-Oh...¿ya se ha ido?-volvió a inquirir.
-Sí, ya pasó-respondió Nina.
Decidí que así y todo me iría rápido, así que Nina, Lara, María Lía y yo avanzamos rápidamente.
Nos encontramos de frente con una caída en el terreno.
Los hombres se acercaron.
Se ofrecieron a ayudarnos.
Las chicas accedieron.
Eduardo bajó hasta la mitad, esperando ayudar a alguien más a bajar.
Nadie más parecía querer ir primero.
Esteban me incitó.
Le rogué al oído que fuera él primero.
Vio mi rostro y asintió.
Bajó hasta un poco más arriba de donde estaba Eduardo, y tomó mi mano para ayudarme a bajar hacia él.
Luego, Nina bajó con su ayuda.
Me dí cuenta de que me tocaba avanzar con la ayuda de Eduardo.
No quería, así que dejé que Nina fuera primero.
Ella ya había bajado cuando decidí bajar sin siquiera apoyar una mano cerca de él.
Como resultado, me tropecé, y casi ruedo todo el trayecto hasta el inicio de la falda del cerro.
Para suerte mía, Nina me esperaba abajo, y me tomó cuando vio que me resbalaría.
Eduardo ni siquiera me miró.
Ma alegré.
Seguimos bajando con Nina, y ella me dijo:
-Se dio cuenta.
-¿Quién?¿Qué?-pregunté extrañada.
-Eduardo.-contestó-De que no quisiste tomarle la mano.-respondió con la mirada perdida.
No respondí.
-Yo también me dí cuenta, por eso te tomé cuando te ibas a resbalar.
-Mmm...-fue lo único que pude decir.
Nos despedimos por última vez y desaparecimos.
Luego ella se fue, y desapareció.
Y luego yo desaparecí.
Desaparecí.
Ojalá él desapareciera.

23 febrero, 2010

Tentación.


Me tiento a revelar misterios que nadie conoce excepto yo, que nadie sospecharía.
En el mismo momento en que me dispongo a resbalar las palabras por mi lengua, éstas se amarran a mi boca, cual fiero miedo a romper reputaciones se mantenía escondido y sale a relucir.
Sin embargo, tengo bien claro que es un secreto.
Uno que he sabido guardar.
Bajo llave entre mis labios.
Pero cada vez que alguien habla de él, no puedo revelarlo.
¡No puedo!
Todos dirían cosas que no deberían.
Yo misma me sorprendí de lo que pensé cuando lo supe.
Me avergoncé de mi misma.
Quizás que ocurrirá con ellos.
No.
Este secreto no se va a divulgar.
Al menos no de mi boca.
Tal vez es por eso que esto ocurre así.
Soy la única que lo sabe todo y quizás se siente confiado.
Yo no sentiría eso.
Al contrario, me sentiría expuesta.
Esa noción errada -quizás- de lo que uno siente hace que uno vaya voluntariamente por el sendero de lo que no corresponde.
El análisis incorrecto de los sentimientos es tan común, y a la vez tan transparente.
Creo que vi cuando todo se tornaba del color que no debía y vi como ocurría, como una más en la galería.
No hice nada para detenerlo.
No sé por qué.
¿Debía sentirme halagada?
Nunca me sentí así.
No sabía qué era lo que veía, lo que veían todos.
Repentinamente nadie lo veía y luego todos sí.
Nunca me sentí halagada.
Hasta el día de hoy no lo comprendo.
¿Qué ven ellos que yo me pierdo?.

16 febrero, 2010

Detalles.
































Soy extremadamente detallista.
Analizo cada pequeño movimiento y acción, por lo cual puede que me enrede más de lo necesario.
También disfruto de los pequeños detalles y placeres, como ver las luces de una ciudad parpadear de noche, sentir la brisa viendo el ocaso, comer algo delicioso, dormir en algo blando, y por sobretodo, me encanta la espontaneidad.
Ese concepto de tener uno una idea formada de lo que va a suceder, y que, de pronto todo cambia, y se vuelve más emocionante y entretenido me encanta.
Hacer cosas que no estaban dentro de mis planes es extremadamente emocionante para mí.
Quizás por que me hago una idea previa de lo que se hará, lo que ocurrirá, las reacciones y/o respuestas de las personas, algo que rompa con eso me pone en una situación donde me veo obligada a improvisar.
Muy refrescante.


Todos estos detalles los disfruté en mis vacaciones, donde un día pude ver tan claramente el ocaso que sentí que no podía distinguir dónde terminaba el cielo y comenzaba el mar.
Fuimos a un mirador, desde donde se podía ver un balneario enorme, y también una playa de rocas. En ella había un hombre solo, que estaba sentado en una roca inmensa, mirando hacia el mar. Las olas rompían estruendosamente cerca de él, y muchas veces le salpicaban, pero él, relajado y manteniendo su compostura disfrutaba del paisaje, y yo admiraba la hermosura de aquella imagen.
Es tan satisfactorio dormir cuando se está muy cansado... los ojos se cierran solos, y uno se tiende en algo suave y blando, sin importar qué es, y sin embargo, cae en el más profundo sueño, que a veces, encuentro más reparador que el del día a día.
Algo que también me encanta es reír.
A veces uno se mantiene serio por cosas totalmente graciosas, pero en oportunidades, la más estúpida broma desata en mí la risa más feroz y escondida, que incluso me saca lágrimas de risa.
Por sobretodo, disfruto de la buena compañía, en la que, no importa si no hay palabras con las cuales rellenar el silencio, porque se siente bien así.
Un pequeño gesto, una sonrisa, un abrazo, en el momento adecuado significa tanto.
Adoro leer, es una de mis grandes aficiones, y a veces se tarda en encontrar un libro realmente bueno, que aparte de inculcar enseñanzas que no están precisamente explícitas en las páginas, dejan una noción del bien y el mal, exposiciones del mundo desde distintos puntos de vista, incluso de la religión.
Conocer gente nueva, lugares nuevos.

Estos son mis pequeños placeres, que además, son pequeños detalles, que, aún siendo pequeños, me hacen muy feliz.


"La vida es como el abrazo de un desconocido".

10 febrero, 2010

Prejuicios.























He leído muchísimo últimamente. Apenas compré "Orgullo y Prejuicio" sabía que no podría parar de leerlo. Amo esa relación inteligente e irónica que mantienen Fitzwilliam Darcy & Elizabeth Bennet. Definitivamente es una de las que más adoro. Toda fantasía sobre un príncipe azul se la debo a él.


Como dice el título, el libro evidencia en todo su esplendor lo fatídico que resulta el confiar en las apariencias y comentarios ajenos, que contribuyen a construir un escudo inconsciente ante los demás, que no permite penetrar hasta su verdadero carácter, la realidad. Nos cegamos ante los prejuicios y no cuestionamos ni buscamos su confirmación. Podemos insultarles, despreciarles y odiarles por algo que jamás ha ocurrido, y cuando conocemos la verdad nos llevamos una sorpresa magistral.


Adoro el momento del desenmascaro, en el que uno se ve obligado a aceptar sus errores y conocer realmente a la persona, es... refrescante.


Resumiéndolo, el libro trata de lo sgte: Elizabeth Bennet, mujer de 20 años, 2da de cinco hijas. En su familia, la madre y las dos hijas menores están acostumbradas a hacer el ridículo en sociedad. Caracterizadas por ser ignorantes, impertinentes, holgazanas e insípidas, son prácticamente el hazmerreír de la aristocracia, y el chiste favorito del Sr. Bennet. Jane y Lizzie son los únicos miembros rescatables de la familia, que, con una madre casadera, intentan sobrevivir sin hundirse totalmente en la deshonra.









La historia toma peso con la llegada del señor Bingley y sus hermanas, Caroline Bingley y la señorita Hurst, acompañado de su amigo, el señor Darcy a las cercanías de Longbourn, en Netherfield Park.
Siendo ambos extremadamente adinerados, se convirtieron en el principal objetivo de la señora Bennet, quien planea abiertamente unir a alguna de sus hijas con uno de los nuevos vecinos.
El señor Darcy no habló prácticamente nada con Elizabeth a pesar de que estuvieron juntos largo rato en silencio, y cuando ella le preguntó si bailaba, él contestó que no lo hacía si podía evitarlo.
La gota que rebalsó el vaso de Lizzie fue el escuchar una conversación que el señor Darcy mantuvo con el señor Bingley, en la que el primero se refería a Elizabeth diciendo fríamente:
-No está mal, pero no es lo suficientemente hermosa para tentarme; y no estoy de humor para hacer caso a las jóvenes que han dejado de lado otros.


Casi al instante, el señor Bingley demuestra una preferencia hacia Jane Bennet por sobre todas las demás damas del condado, quien resulta ser, de hecho, la más bella de las Bennet. El Señor Darcy, sin embargo, se mostraba siempre demasiado serio, insociable y arrogante, o al menos así lo pensaban los habitantes cercanos, quienes ya se habían hecho una idea de su carácter antes de su llegada. No así el Señor Bingley, a quien todo el pueblo adoraba, por su amabilidad, humildad y buen humor, a pesar de ser menos adinerado que el insociable señor Darcy.
Bingley bailó varias veces con Jane -para la alegría de la señora Bennet- y éste no se podía mostrar más extasiado en su presencia. Pensaba que era la mujer más hermosa que había visto en su vida.


Los planes de la señora Bennet llevaron a que Jane, visitando Netherfield, cayera fuertemente resfriada, por lo cual Bingley la retuvo en su hacienda por varios días para que la viera un doctor.















Tras algunos días, Elizabeth decidió visitarla sola, y el señor Bingley decidió que ella también se quedaría en Netherfield para hacerle compañía. Esta visita le permitió conocer más a fondo al señor Darcy, aunque podría decirse que fue él el que conoció más a fondo el carácter de Elizabeth.

Si bien éste intentó dejar en claro la primera vez que vio a Elizabeth Bennet que ésta no era lo suficientemente bonita, Austen muestra claramente que el señor Darcy deja de buscar o alentar su compañía drásticamente al resultarle esta última cada vez más agradable y vigorizante, manifestándole abiertamente a Caroline Bingley -quien estaba enamorada de él- que sus ojos eran verdaderamente preciosos.


Y si bien Elizabeth podía notar que el señor Darcy le dirigía la mirada constantemente, lo atribuía a la búsqueda de defectos que éste pudiese estar llevando a cabo en ella, por lo cual no se daba por aludida. Sin embargo, le resultaba muy confuso a Elizabeth tratar de encontrar congruencia entre las opiniones que la gente tenía sobre él, su actitud tanto en público como con sus conocidos y su conducta para con ella.


Finalmente, ocurre el mayor infortunio de esta novela: las señoritas Bennet conocen al señor Wickham. Al encantador y de galante fachada señor Wickham.


Las atenciones de Wickham hacia Lizzie no cesaban, y las oportunidades de acercarse más a ella parecían aumentar con la visita del hermano de la señora Bennet. El señor Wickham no faltaba a ninguna reunión con la familia, y en cada oportunidad que se le presentaba, no olvidaba recalcar algun defecto del señor Darcy acerca de su personalidad, carácter o tratos hacia su persona. Su personalidad y sus maneras denotaban un carácter de lo más honesto y humilde, pero aún así totalmente encantador, lo cual, a Lizzie, le parecía atrayente.


En una ocasión en que las señoritas Bennet paseaban en Meryton se encontraron con el señor Bingley y el señor Darcy, quienes iban montando a caballo. Se pudo notar la tensión entre este último y Wickham, quienes ni siquiera se saludaron al encontrarse. El señor Wickham se ruborizó intensamente y el señor Darcy parecía estar hirviendo de rabia. Finalmente, los caballeros se fueron a caballo. Al preguntarle a Wickham sobre el asunto, él le dijo que habían crecido juntos y que el padre de Darcy lo amó más que a su hijo. A la muerte de este último Darcy se habría negado a entregarle la herencia que se le había dejado, siendo obligado a unirse a la milicia. Lizzie se convenció de que aquel era el  hombre más arrogante y antipático de la tierra.

La tía de Elizabeth le advirtió sobre la relación entre ella y Wickham, que parecía cercana, por lo que Lizzie decidió mantener su cabeza fría y actuar de manera sensata, lo cual, al poco tiempo, distrajo la atención del señor Wickham hacia señoritas más adineradas. Esta última conducta llevó a la tía de Elizabeth a plantear dos escenarios: o el señor Wickham realmente se había visto desanimado por la poca atención de Lizzie o era un cazador de dotes. 
Cuando la señorita que el señor Wickham cortejaba se mudó del condado, éste pareció recordar nuevamente que fue Lizzie la primera que lo acogió y escuchó sus lamentos, por lo cual retomó sus atenciones con ella; pero Lizzie, completamente ofendida por esta conducta, dejó de sociabilizar con él, aún manteniendo el mejor de los recuerdos de su encantadora personalidad y desplante.




















El Señor Collins, primo de Lizzie y futuro heredero de Longbourne, manifestó a la señora Bennet su deseo de encontrar una esposa en la familia, lo cual traería beneficios mutuos. Todo sonaba excelente hasta que señaló que su preferida era Jane. La señora Bennet tuvo que advertirle que Jane pronto se comprometería, y que por tanto debería fijarse en otra de sus hijas, sugiriéndole a Lizzie. Esto provocó que las atenciones del señor Collins se tornaran incluso más tediosas para ella.



El señor Bingley, tal como lo había prometido a las señoritas Bennet, celebró un baile en Netherfield. En este, el señor Wickham no mostró su cara, el señor Collins manifestó abiertamente a Lizzie su deseo de mantenerse cerca de ella toda la velada y, para su mayor sorpresa, el señor Darcy la invitó a bailar. Ella accedió con el mayor estupor, pero sus conversaciones no terminaron de la mejor manera. Pudo deducir que su amistad con el señor Wickham estaba perdida para siempre.




















Días después, el señor Collins le propuso matrimonio a Lizzie con el objetivo de mantener la herencia de los Bennet dentro de la familia, y así no dejar a sus primas en la calle.Ésta lo rechazó fehacientemente, convencida de que aquello sólo haría sus vidas miserables, lo cual, a ojos de Collins, pareció ser más un incentivo que algo desalentador en absoluto, recalcándole varias veces que esperaba que la próxima vez que se le propusiera su respuesta fuese afirmativa.



Finalmente, Lizzie no tuvo otra alternativa que huir del cuarto en el que se encontraban a solas repitiéndole continuamente que no intentaba acrecentar su entusiasmo con la negativa, sino que en realidad no quería casarse con él.




















La señora Bennet, encolerizada, recurrió al señor Bennet para intentar convencer a Lizzie de aceptar la propuesta. El señor Bennet le manifestó a Lizzie que si no se casaba con Collins, perdería a su madre, pues esta estaba resuelta a no dirigirle la palabra nunca más; y que si lo aceptaba, perdería a su padre, pues ella valía mucho más que esto. Lizzie dio por zanjado el asunto y finalmente el señor Collins tuvo que convencerse de que no se casarían.


Como nadie quería entablar conversación con el señor Collins, Charlotte Lucas, la amiga más íntima de Lizzie, que justo había resuelto dar una visita en esa oportuna tarde, le dedicó su completa atención. Lizzie estaba de lo más agradecida, y Charlotte estaba feliz de aliviarla, aunque este no fuera en absoluto su primer objetivo, de hecho, ella planeaba intencionalmente dedicarle toda la atención posible al señor Collins con el fin de que éste la desposase.
Para sorpresa de todos, una mañana se enteraron de que Netherfield Park estaba desocupado. Aparentemente, el señor Bingley estaba establecido en Londres atendiendo unos negocios, pero su hermana, Caroline Bingley, escribió a Jane sugiriendo que quizás su estancia se prolongaría indeterminadamente, recalcando sus deseos de que una alianza más fuerte que la amistad se formase entre él y la hermana del señor Darcy, Georgina Darcy.
Ahí murieron las esperanzas de la señora Bennet. Jane se sumió en una profunda tristeza.

























Una mañana, justo el día antes de partir de la casa de los Bennet, el señor Collins se escapó discretamente de Longbourne y se dirigió a casa de los Lucas, donde pidió la mano de Charlotte. Todo quedó arreglado en poco tiempo y el señor Collins volvió a Longbourne con la petición de Charlotte de que no le dijera nada aún a la familia Bennet, pues ella quería comunicarle el asunto a Elizabeth primero. Así lo hizo, y se fue al día siguiente sin que la familia sepa nada.
La tarde siguiente, Charlotte fue a hablar con Lizzie, a contarle las noticias.















Elizabeth escuchaba todo estupefacta, y cuando abrió los labios fue para dejar salir un reproche que pasó todos los límites del decoro. Debieron pasar varios meses antes de que la familia Bennet pudiese entablar una conversación civilizada con los Lucas sin agredirlos verbalmente. Se recuperaron por completo de la sorpresa y el disgusto, pero la amistad de Elizabeth y Charlotte nunca se recobró. Aunque no quedaron enojadas la una con la otra en absoluto, era evidente que nunca más volvieron a hablar del asunto, por lo cual había una barrera entre ellas que le restó mucha confianza a la amistad.
Charlotte insistió mucho en que Elizabeth la visitase en su nueva residencia de casada, Hunsford, en el condado de Kent, por lo cual ella terminó accediendo a sus peticiones.




















En este viaje tuvo la oportunidad de conocer a lady Catherine de Bourgh, quien resultaba ser la tía del Señor Darcy. En la mansión de ésta, Rosings, se enteró de que el matrimonio del Señor Darcy ya estaba arreglado desde su infancia, con la mismísima hija de lady Catherine, una señorita muy enfermiza y tímida.




















Además, se encontró con el señor Darcy en persona, que se manifestaba cada vez más ansioso en su presencia. Elizabeth tenía una manera de encantarlo muy maravillosa, y todo esto sin que ella misma lo supiese. Elizabeth pudo analizar su conducta lo suficiente para darse cuenta de que el no sentía ningún afecto real por la señorita de Bourgh, quien sería su prometida algún día, lo cual, sin saber ella por qué, le resultaba bastante agradable. Elizabeth pudo acercarse más a Darcy y conocer un poco más su carácter. Al parecer él no era tímido con personas de su familia o gente que conociera a fondo, pero sí en la presencia de extraños. Aún así, no se mostraba con demasiada confianza en aquel lugar.


También se enteró de que fue el Señor Darcy, quien intencionalmente separó a el Señor Bingley y a su hermana Jane, con el pretexto de que su familia no estaba a la altura. Lizzie se sorprendió de que el pretexto no fuese la falta de dinero, pero lo que más le sorprendió, obviamente, fue que el señor Darcy fuera el responsable de su separación tan repentina en el momento en el cual todos creían que se comprometerían.































Un día, mientras de hallaba Lizzie en la casa de su primo y su amiga, acudió el señor Darcy a verla. Estaba extremadamente nervioso e inquieto. Se paseó varios minutos igual de tenso sin poder articular palabra, hasta que rompió el silencio y le declaró que estaba total y completamente enamorado de ella, rogándole que le dejara explicarle en qué forma más ardiente la admiraba y la amaba, concluyendo con la petición de que terminara su agonía tomando su mano.


Lizzie, totalmente sorprendida por esta declaración, la rechazó totalmente encolerizada, al ver que sus palabras no coincidían en absoluto con su actitud rebosante de confianza. Además, al sólo pensar que aquel hombre arruinó la felicidad de su hermana y las esperanzas del Señor Wickham, comenzó una fuerte disputa verbal, en la que el Señor Darcy no habló muy caballerosamente, criticando fríamente a sus hermanas, su madre y su padre; su situación económica y otros aspectos, que más que hacerlo quedar mejor con Elizabeth, lo recalcaban como un hombre totalmente orgulloso.

Darcy le escribió una carta que entregó personalmente, explicándole la versón real de los hechos: él separó a Jane y Bingley intencionalmente porque la creía indiferente a las atenciones que él le profesaba.




















En cuanto a Wickham, éste había renunciado a su poder eclesiástico voluntariamente, pidiendo una compensación monetaria que gastó en poco tiempo, para luego volver y convencier a la Señorita Georgiana -hermana de Darcy- de que estaban enamorados y de que huyeran juntos. Afortunadamente, él alcanzó a hacerla entrar en razón, y echó a Wickham, quien sólo se interesaba en ella por su elevada herencia.


Esto hizo que la opinión que Lizzie tenía del señor Darcy sufriera una fuerte metamorfosis. Al principio, ella se había negado rotundamente a creer lo que él le decía en la carta, pero finalmente llegó a la resolución de que habían demasiadas coincidencias entre los relatos de ambos caballeros, y que además Darcy no diría semejantes cosas si éstas no fuesen ciertas, pues tal actitud podría perjudicarlo aún más con Elizabeth.

Pasó meses sin verlo, en los cuales leía y releía sus cartas, memorizándolas y preguntándose cómo pudo haber sido tan poco observadora y vanidosa, guiándose primordialmente por lo que la gente decía sobre él. Se castigó en silencio por meses y meses, sin decirle a nadie más que a Jane lo ocurrido, incluyendo la propuesta matrimonial que el señor Darcy le hizo de forma tan poco elocuente, pero omitiendo por completo el capítulo que trataba de ella y de Bingley, que aparentemente sí estuvo enamorado de ella. Elizabeth se reprochaba incesantemente su comportamiento hacia él, pero no podía olvidar que el resto aún pensaba que Darcy era un orgulloso al no saber la historia verdadera, pensando incluso que Elizabeth lo odiaba con toda su alma. Sólo lamentaba que sólo fuese ella quien conocía la verdad, pues todos en su familia seguían pensando de él como un arrogante, pero por más que quisiera limpiar su nombre no tenía derecho alguno a revelar lo ocurrido al resto de la familia, pues el mismísimo señor Darcy le pidió que mantuviese todo esto en absoluto secreto.

Elizabeth se entera de que su hermana Lydia ha sido invitada por los Forsters a ir a Brighton. Era lo más conveniente para ella, pues el regimiento dejaba Hertfordshire para partir a Brighton, y nada le podía traer más júbilo que el salir todas las noches; flirtear y coquetear sin fin; y llevar conversaciones vanidosas, frívolas e intrascendentes.
Catherine lloraba de impotencia. Ella quería todo eso, y, por no ser íntima amiga de la señorita Forster, no fue invitada.
Lizzie habló con su padre y le rogó que no deje a Lydia ir a Brighton, recalcándole el absoluto ridículo que haría de sí misma y de la familia entera; pero el señor Bennet resolvió que era perfecto, pues ella no se calmaría hasta hacer el ridículo en público, y esta instancia era la más adecuada para ello.

Lizzie, un par de meses después del episodio entre ella y el señor Darcy, se fue de viaje con sus tíos, los Gardiner, quienes insistieron en visitar la mansión del señor Darcy, Pemberley, que estaba abierta a visitantes. A Lizzie le desagradaba la idea al pensar en su último encuentro con él, pero no pudo hacer nada ante la insistencia de sus tíos, que la convencieron de que Darcy, siendo un hombre tan adinerado, probablemente ni siquiera estaría en casa. Lizzie, aún inquieta, preguntó en la mansión si el patrón se encontraba en casa. le contestaron que no, que se le esperaba al día siguiente. De este modo comenzaron su visita por Pemberley.


Gran error. El señor Darcy sí estaba en casa. Justamente acababa de llegar a Pemberley. Él y Lizzie se miraron y ambos se ruborizaron profusamente. Darcy se recompuso rápidamente y comenzó a avanzar a hacia ellos. Conversó afablemente con Lizzie, sin dar muestra alguna de rencor, es más, sus modales se mostraban mucho más amables que de costumbre.

Ella le presentó a sus tíos y él invitó al señor Gardiner a pescar. Darcy le pidió a Elizabeth que conociera a su hermana, la señorita Georgiana, que arribaba la mañana siguiente, a lo cual ella accedió más que sorprendida.
Las atenciones del señor Darcy hacia Lizzie no pasaron desapercibidas en absoluto a sus tíos, que no podían más que atribuir los buenos tratos y su exuberante cordialidad a la amistad que éste tenía con su sobrina, y los intereses que pudiese tener en ella.
Todos los sirvientes que tenía el señor Darcy en Pemberley y la mayoría de la gente en Derbyshire tenía una impresión del caballero que difería mucho de la que este había formado en Hertfordshire. Todos pensaban que él era un hombre excepcional, generoso, amabilísimo y discreto, pero un tanto reservado, lo cual tendía a provocar la impresión de que era orgulloso. La gente no tenía idea del episodio que éste tuvo con el señor Wickham, pero sabían que aquel hombre no era de fiar y que aparentemente no había sido correcto con el señor Darcy.
Ante esto, Elizabeth se vio más que sorprendida. ¡Cómo podían ser de diferentes las opiniones sobre un mismo hombre! Sin embargo, se dio cuenta de que uno de los principales factores que influyeron en la mala fama que se hizo el señor Darcy en Hertfordshire fueron el señor Wickham y los rumores que éste plantó cuando él se fue del condado.















Al día siguiente, Lizzie conoció a Georgiana, quien estaba acompañada de Caroline Bingley. A pesar de que la presencia de Caroline parecía intimidar a Georgiana, ésta hacía intentos frecuentes de hablar con Elizabeth, y ella hizo el mismo esfuerzo por hacer que su amistad se afiance. Georgiana quedó con la mejor imagen de Lizzie, ya que incluso la formó antes de conocerla por la manera en que Darcy hablaba de ella, y el respeto que le inspiraba su hermano era más que suficiente para producirle la más profunda admiración hacia alguien a quien su hermano también admiraba.

Caroline no tenía otro deseo que opacar a Elizabeth y enterrarla en la más absoluta miseria, despotricando contra de ella en su ausencia sin piedad, incitando al señor Darcy a que hiciese lo mismo, diciéndole en un tono más que irritante:
 -Recuerdo que la primera vez que la vimos en Hertfordshire nos extrañó que tuviese fama de guapa, y usted dijo:
"¡Si ella es una belleza, su madre es un genio!". Pero después pareció que le iba gustando y creo que la llegó a considerar bonita en algún tiempo.

Sabiendo como sabía la señorita Bingley que Darcy admiraba a Elizabeth, ése no era en absoluto el mejor modo de agradarle, pero la gente irritada no suele actuar con sabiduría.
-Sí -dijo al fin el señor Darcy sin poder resistirse-, pero eso fue cuando empecé a conocerla, porque hace ya muchos meses que la considero como una de las mujeres más bellas que he visto.
Al día siguiente, Lizzie recibió dos cartas de Jane. Lydia se escapó de la vista de los Forsters y habría huído con el mismísimo señor Wickham. Jane imploraba que su viaje con los Gardiner se suspendiera de inmediato, y que el señor Gardiner viajara a Londres, donde se encontraba el señor Bennet intentando encontrarlos, pensando con la mayor fe que él pudiese encontrarlos.


El asombro que estas noticias produjeron en Elizabeth era indescriptible. Apenas dejó de lado la carta se levantó en busca de su tío Gardiner. El señor Darcy, en un momento más que inapropiado, había decidido visitarla, y al verla tan alarmada y pálida no pudo menos que asustarse. Enviaron a un criado en busca del señor Gardiner y el señor Darcy intentó consolar a Elizabeth, que rompió a llorar desplomada en un sillón. Darcy aguardó en silencio y con el mayor suspenso, hasta que ésta se calmó y le contó las noticias horribles que recibió desde Longbourne.



El estupor de Darcy fue mayúsculo. Se paseó varios minutos en silencio absorto en sus cavilaciones, mientras Elizabeth comprendía que cualquier escenario -que ya no parecía tan improbable- en el que podría haberlo amado se había esfumado para siempre. Bastaba aquella prueba de la debilidad de su familia para derribar todas sus esperanzas. Era muy poco probable que volviesen a encontrarse con la cordialidad que caracterizó sus encuentros en Derbyshire. Elizabeth lamentaba terriblemente que el señor Darcy tuviese que enterarse de la flaqueza de su hermana, pues, aunque el asunto se resolviera de la forma más honrosa, no se podía suponer que Darcy querría emparentar con una familia así. El deseo de ganarse en afecto de Elizabeth -que ésta había adivinado en él en Derbyshire- no podía sobrevivir a un golpe semejante. Lizzie se sentía triste y humillada. Quería saber de él cuando ya no podía recibir noticias suyas. Se convenció de que podía ser feliz con él cuando ya no se volverían a ver.



Lizzie retorna a Longbourne a consolar a su madre, mientras todo el pueblo
-incluyendo al señor Collins- se regocijaban comentando la noticia con sus vecinos, por lo que incluso lady Catherine de Bough y su hija se enteraron del asunto.
El señor Bennet se castigaba con justicia. Él mismo le dijo a Lizzie que sabía que ella le había advertido de los peligros de la salida de Lydia, e hizo caso omiso de éstos.
Finalmente, una carta llegó. El señor Gardiner los había encontrado. Se casarían si el señor Bennet accedía a pagarle 100 libras anuales.

El señor Bennet accedió y la boda se celebró. Wickham finalmente logró lo que quería: dinero.
La señora Bennet no podía estar más feliz. Había olvidado totalmente su rencor contra Lydia y ahora sólo se enorgullecía de que su hija se casaría a los 16 años. No tomó en cuenta que su hermano hizo grandes trabajos para encontrarlos ni que pudiese haber hecho grandes aportes monetarios a la dote de Lydia, como lo pensaban todos, pues pensaba que era lo mínimo que podía hacer su hermano por ellos. Todos estaban muy agradecidos del señor Gardiner y su espíritu servicial.
En un principio, la ira del señor Bennet fue mayúscula, por lo que había resuelto no recibirlos en Longbourn a pesar de los insistentes reclamos de la señora Bennet. Sólo Elizabeth y Jane pudieron persuadirlo de lo contrario, aunque al final, no sabría decir si el viaje fue buena idea.
La joven y recién casada pareja arribó a Longbourne con una soltura y un descaro alarmantes.
Lydia seguía siendo la misma de siempre: descarada, insensata, indómita, atrevida, impertinente, insípida y bastante estúpida. Fue de hermana en hermana pidiendo felicitaciones hasta que se sentaron a la mesa, donde Lydia cometió la sinvergüenzura de decirle a Jane que su puesto ahora le correspondía a ella, pues era una señora casada, siempre mostrándole a todos su anillo.

Los comentarios impertinentes iban y venían, sorprendiendo y disgustando de sobremanera al señor Bennet, Elizabeth y Jane. Lydia no tenía absolutamente ninguna conciencia de los efectos que pudo haber producido su fuga, y estaba completamente feliz así. Tanto ella como el señor Wickham guardaban los mejores recuerdos y no lo hacían con ningún pesar.
Su visita sería corta, y esto francamente a nadie le molestaba, excepto a la señora Bennet. Este tiempo le sirvió a Lizzie para comprobar las conclusiones que había sacado. Wickham no sentía ninguna clase de afecto hacia Lydia, aunque ésta estaba "loca por Wickham". 
Una tarde, Wickham volvió a hablar de su situación con Darcy. Elizabeth, más que disgustada porque él siquiera se atreviese a hablar del tema, le dejó claro en pocas palabras que ya sabía toda la verdad del asunto y todas sus mentiras, ya que él seguía defendiendo su versión vehementemente.



Una mañana, Lydia tuvo la insensatez de relatarle su boda a Lizzie, a pesar de que ésta le dijo expresamente reiteradas veces que no quería oírlo. Comenzó a hacerlo y sin que se diera cuenta, el nombre del señor Darcy salió a relucir. El asombro de Lizzie fue notorio. Ella no podía concebir que el señor Darcy hubiese asistido a la boda de su hermana con el hombre que más despreciaba de esta tierra. Lydia pareció acordarse que su presencia debía ser mantenida en secreto y no dijo otra palabra. Con esta duda, Lizzie le escribió a su tía para que le aclarase lo que Lydia le había dicho.



Su pregunta fue contestada en una carta bastante larga, donde su tía le explicaba que el señor Darcy había visitado al señor Gardiner para decirle que había descubierto el escondite de la pareja y había arreglado todos los asuntos con él. Aparentemente el motivo que lo impulsaba era que se sentía responsable de que el descrédito de Wickham no haya sido lo suficientemente conocido para impedir que una muchacha se encariñase con él.
El señor Darcy intentó persuadir a Lydia de que saliera de tan deshonrosa situación y que retornase con su familia, pero ella estaba empeñada en seguir adelante hasta que se casaran. El asunto era que el matrimonio no era algo que estuviese en el diccionario de Wickham. Darcy debió persuadirlo y finalmente quedó todo acordado y pagado a expensas del señor Darcy. Él pagó las deudas que el señor Wickham dejó por toda la ciudad -las cuales ascendían a más de mil libras-, aumentó la dote de Lydia en mil libras más y liquidó completamente los gastos de la boda. Austen sugiere que todos estos trámites pudieron costarle los ingresos de un año completo, es decir, diez mil libras. 


Apenas Lydia y el colorido señor Wickham hubiesen partido rumbo a Newcastle con la intención de no volver hasta en un año, la señora Phillips, hermana de la señora Bennet, le contó que en Netherfield se preparaban para el arribo del patrón, que llegaría a lo más en tres días y se quedaría un par de semanas para la cacería.


La señora Bennet, a pesar de estar disgustada con el señor Bingley, aún mantenía viva la intención de unirlo con Jane, y, como lo perdonó apenas llegó, agotó todas las posibilidades de dejarlos a solas para reavivar las mariposas. Jane intentaba mantenerse serena pensando que ahora podía conocer mejor su carácter, sin guardarle rencor por no sentirse atraído hacia ella. Aún así, los primeros días sufría oyendo hablar tanto de él y los comentarios de su madre no ayudaban mucho.


Eso sí, Jane no fue la única nerviosa, pues Bingley no llegó solo a Netherfield. El señor Darcy también los visitó en Longbourne, pero no hablaba con tanta soltura como en Derbyshire. Lo que más avergonzaba a Elizabeth era que su madre trataba con total frialdad a Darcy, sin saber que le debían más de lo que imaginaban. 
Elizabeth esperaba ansiosa las veladas donde se reunían todos porque mantenía la esperanza de poder hablar con Darcy, quien en efecto, miraba con frecuencia a Elizabeth, y aunque con suerte cruzaban algunas palabras, ninguno de los dos podía concentrarse plenamente.
Una tarde, Elizabeth se retiró a escribir una carta, y cuando volvió al salón vio que Jane y Bingley estaban solos conversando junto a la chimenea. Apenas la vieron, se separaron, y él, luego de susurrarle algo al oído, se retiró del cuarto. La euforia de Jane era indescriptible. Apenas pudo articular palabra le dijo a Lizzie que Bingley fue a pedir su mano al señor Bennet. 


Una tarde, se presentó lady Catherine de Bourgh en Longbourn, muy estrafalaria y arrogante. Pidió dar un paseo con Elizabeth Bennet por el parque, y apenas hubieron salido de la casa comenzó a inquirirla por un rumor que según ella circulaba por las bocas de todo el mundo.


Se decía que ella y Darcy estaban prometidos. La mera existencia del rumor sorprendió a Lizzie, quien negó tanto su contenido como el haberlo iniciado, como sugería lady Catherine. Aquello no le bastó a la dama, quien no pensaba dejarla en paz hasta que le jurara que no se comprometería con él. A esto Lizzie se negó total y rotundamente, por lo que lady Catherine se fue indignada, luego de haberla insultado en todas las maneras posibles.



Una mañana, el señor Bennet llamó a Lizzie a su despacho. Aparentemente había recibido una carta que sugería que Jane no era la única próxima a casarse. El señor Collins había escrito al señor Bennet tanto para felicitar a Elizabeth por su gran conquista como para advertir que tal unión no era bien vista a ojos de lady Catherine de Bourgh. Por lo tanto recomendaba prudencia tanto a Darcy como Lizzie. Además, reprochaba al señor Bennet el haber recibido a Lydia y al señor Wickham en Longbourne. Decía que debía haberlos perdonado, pero jamás recibirlos en su casa ni volver a nombrarlos. Elizabeth quedó boquiabierta. Aparentemente el rumor sí se había esparcido. De cualquier manera no le eran indiferentes las opiniones de lady Catherine, pues ella misma las había hecho notar en Longbourne.
Lizzie no tuvo otra opción que bromear con su padre acerca del asunto, pues él no tenía idea del cambio de sus sentimientos hacia Darcy. Nadie lo sabía excepto Jane, y ni siquiera ella lo sabía del todo. Finalmente, el señor Bennet se convenció de que era una broma y dejó a Lizzie en paz.


Cuando Darcy y Lizzie se pudieron encontrar a solas, ella juntó coraje y le agradeció fervientemente en nombre de toda su familia todo lo que había hecho por Lydia y también por Jane.
Él se mostró sorprendido de que ella conociese su intervención en el matrimonio de Lydia, pero recalcó que lo que hizo no lo hizo por su familia, sino por ella, sólo por ella.


Dicho esto, pronunció lo siguiente con gran determinación:
-Es demasiado generosa para burlarse de mí. Si sus sentimientos son los mismos que pasado abril, dígamelo de una vez. Mi afecto no ha variado, pero con una palabra suya no volveré a insistir más.

Elizabeth, en shock por su nueva declaración, se esforzó en darle a entender que sus sentimientos habían experimentado un cambio profundo y absoluto desde la época a la que se refería. Dicho esto, el señor Darcy le propuso matrimonio nuevamente, a lo que Lizzie accedió.
Elizabeth amaba el carácter de Darcy, culto y generoso, honesto y silencioso. Le resultaba vigorizante su companía y su amor.

Cada uno se había hecho una idea apresurada del otro por las razones equivocadas, pero entre sus virtudes y defectos se complementaban perfectamente. Cada uno le había dado la lección que necesitaba al otro.


Ahora venía la parte graciosa. El señor Darcy había resuelto pedir la mano de Elizabeth al señor Bennet esa misma tarde, pero a Lizzie le tocaría darle la noticia a su madre y también tratar de convencer a su padre y a Jane de que en realidad su opinión acerca de Darcy había cambiado y que lo amaba de corazón.


Jane estaba más que feliz por su hermana, pero su felicidad no se podía comparar a la que Elizabeth sentía. Su corazón latía desbocado, y reía por cualquier cosa. 
El señor Bennet fue más difícil de convencer. Especialmente porque, como Lizzie era su hija favorita, él no estaba dispuesta a casarla con alguien pensando que esto podría traerle desdichas futuras. Por lo tanto, Elizabeth tuvo que contarle todo lo que respectaba a Lydia y Wickham, cómo se involucró Darcy, su verdadero carácter y sus virtudes, su comportamiento en Derbyshire, la manera en la que ella lo apreciaba y amaba y más, hasta que el hombre se convenció de su amor.


La reacción de su madre fue muy distinta. Apenas oyó la noticia olvidó todos los improperios con los que insultaba al señor Darcy todos los días y comenzó a gritar emocionada sobre lo rica que sería Lizzie, los carruajes que tendría, los vestidos que usaría y toda clase de frivolidades.


Darcy le contó a Georgina la noticia, quien contestó extasiada en una carta de 4 páginas describiendo cuán feliz la haría tener a Lizzie como hermana.


Por lo tanto, 3 de las hijas Bennet se casaron, Lizzie & Darcy vivieron felices a pesar de la oposición de mucha gente, Darcy pudo dejar a un lado su orgullo y Lizzie sus prejuicios.

La frase que más me gusta de Darcy es por supuesto:
"Me ha hechizado en cuerpo en alma, y la amo... No quiero separarme de usted desde este día".



"La muerte me amará sin prejuicios".