18 mayo, 2010

Ven.



Y camina adelante.
Yo tomo mi teléfono.
-Ojala que parezca que llamo- digo tan bajo que ni yo lo escucho.
Él se da vuelta, raudo, como si me hubiera escuchado decir un perjurio.
Yo lo miro extrañada, y atraso el paso.
Él lo nota y se da vuelta, como simulando no haberlo hecho.
Luego, se agacha a atar sus zapatos.
Yo intento aprovechar para avanzar e irme, pero para entonces, él ya había acabado, y quedamos a la misma altura.
Él no dijo nada, y yo tampoco rompí el silencio.
No fue necesario, porque luego sí me llamaron.
Entonces, salí corriendo como si me esperaran.
Deja de intentarlo tanto.
Me aflige verte tan necesitado.
Has recuperado la vitalidad que se había gastado con los años.
No sé si será fachada o no, pero no me inmiscuiré.
Deja de intentarlo tanto.
No te odio.
Creo que... aunque no sepas lo que me hiciste, yo lo sé, y aún arde cuando lo pienso.
Y la manera en la que me hiciste verlo me dolió incluso más que con Lukas.
Y eso nadie lo sabía.
Nadie.
Me hiciste soportar tu secreto y no sabías que él hacía lo mismo, ambos esperando que yo los levantara.
Además, después me usaste como pañuelo de lágrimas, culpándome además de tus penas.
Pero no es mi culpa, ¿o sí?.
Y aún te cuestionas qué fue lo que hiciste.
Pero deja de intentarlo tanto, Eduardo.
Porque por más que lo intentes, no lo voy a olvidar.

-¿Y a quién puedo ver ahora?- pienso mientras me imagino a todos haciendo algo más importante.
Y luego lo llamo.
-Ven a buscarme- le digo suavemente.
-¿Dónde estás?- me inquiere sin chistar.
Y aparece aquí, y me río y él también, de lo irónico y estúpido, de que él esté allí, y de que yo se lo pidiese.
Me mira con su mirada delineada y me desarma.
Me desgarra.

Me reconforta saber que si llamo, estás.
Qué bueno tenerte ahí.

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