Qué hermosa época es la del cortejo.
Llena de sensualidad y también de curiosidad.
Ambos deseosos de saber quién llega más lejos.
Todo da cosquillas, todo es inesperado, inolvidable.
Todo sabe dulce.
Es la mejor época de todas, nunca debería acabarse.
Siendo el amor una conquista, parece perder valor al ser capturado.
Ya que al verlo más de cerca, puede que no se vea tan atractivo como parecía más de lejos.
Pero en otros casos, la presa, mientras más cerca, más atractiva se ve, y el amor parece escaparse por los poros, lejos de poder esconderse, extremadamente indefenso y evidente.
En estos casos, el cortejo nunca acaba.
Pareciera escaparse involuntariamente en cada palabra, cada gesto, suspiro, movimiento y decisión.
Es lo más tierno de todo.
El no poder esconderlo.
El tener el palpitar desenfrenado e inextinguible, de una necesidad incontrolable que se alimenta de cada pensamiento, deseo, sueño que abruma la mente. Cada mirada, movimiento, abrazo, beso, debe encontrarse inmerso en esta necesidad que tan vehementemente alimento.
Ay... el cortejo.
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