04 octubre, 2015

Fidelidad.


































Me daba mucha vergüenza pensarlo.
Más decirlo.
Tanta vergüenza.
No por lo que era en sí, sino por lo que implicaba.
El discurso silencioso que se deslizaría por debajo del que diría con la mirada perdida.
Porque significaba eso.
Si me importó tanto en ese momento como para hacerte eso, estaba muy dolida.
Y estaba dolida porque me sentía traicionada.
Pero traición va asociada a algo que te importa.
Y a mi me importó mucho.
Me importó mucho porque sentía que estabas atado a mí.
No porque yo te hubiera atado, sino porque tú habías decidido hacerlo por tu cuenta.
Y eso para mi significaba lealtad, fidelidad.
Una fidelidad implícita.
Nadie hacía nada, todo quedaba igual.
Hasta que no fue así, y se sintió como una traición real.

Recuerdo el impacto de enterarme meses después.
Y el tener que hacer como si nada hubiese pasado.
El tener que tragarme el ego y seguir normalmente.
Pero no pude.
Me sentí herida, engañada.
Y el acto cayó hecho pedazos.

Peor fue después tener que negar el dolor.
Negar la amargura, la sensación de traición, sonreír, fingir aún más.
Esa era mi condena.
Por negarte, por rechazarte.

Cuando fuiste a mi casa ese día pensé que ibas a pedirme perdón.
Así de idiota fui.
Y cuando hablaste, fue como si una bomba explotara.
No pude evitarlo, tenía tanta rabia.
Tanta rabia.
¡Me traicionaste!
Y lo dejé así.
No hice nada.
Lo dejé pasar y tú también, porque si bien no sabías qué habías hecho, asumiste que me había enojado contigo por buenas razones.
Y asumiste mal, porque no fue así.

Esa fidelidad que yo me imaginé era de papel.
No era real.
Esa fidelidad implícita, nunca declarada, no existía.
No era de nadie y mucho menos mía.
Y por ende, la sensación de traición no me correspondía.

Pero eso ahora lo veo, años después.
Después de que me basurearan.
Ahora veo que te hice mal, que te hice doler.
De que nunca te pedí perdón.
Por eso me disculpé.
En el momento que pude admitir mi estupidez.
Mi ego imbécil irrumpiendo a través de mi personalidad.

A ti no te importó.
Ya lo habías olvidado, dijiste.
Ya no importaba, dijiste.
Ya no importaba.
Porque aprendemos a olvidar.
A bloquear el rechazo.
A negar la indiferencia.

Pero no pude quedarme callada cuando me di cuenta.
Te entrego esta fidelidad.
La fidelidad que me imaginé me diste hace años.
Aquí te la devuelvo.
Dásela a alguien que la merezca.



09 septiembre, 2015

Desprecio.




























Odio crecer.
Preferiría ser ignorante.
No tener nada claro.
Vivir en la nebulosa.

Es macabro.
Darte cuenta de que nada tiene sentido.
Es terrible darte cuenta y tener que admitirlo y seguir viviendo.
Seguir viviendo sabiendo que todo es irrelevante.
Que absolutamente todo después se vuelve nada.

Traté de mantenerme optimista dentro de este sentimiento que ya no se va a ir, que decidió que iba a latir conmigo por el resto de mi vida.
Pero fue esfuerzo infructuoso.
Todo se me desmoronó en el momento en que ya no podía escapar de la situación.

Mientras me hablaba y trataba de explicarme -con diálogos muy mal conjugados- que aún no se decidía, lo único que escuchaba en mi cabeza era mi sentido de autopreservación gritándome.
Corre.
Corre.
Corre.
Podía sentir como mi cuerpo preparaba mis músculos para salir arrancando, pero me frené a mi misma por una vergüenza infantil y mi ego herido, y me mantuve ahí, intentando no grabar cada palabra que salía de su boca, de nuevo, sin conseguirlo.
Pensaba, mientras sus labios se movían y su cara adquiría una expresión asquerosa de preocupación y lástima, que luego recordaría todo esto, cada palabra que me dijera, cada gesto que hiciera, todo. 
Pensaba.
Cállate.
Cállate, por favor.
No quiero recordar esto.
No quiero recordar que me dijiste estas cosas.

Me miras pensando que lo estás haciendo bien, que esto está resultando, que todo va a salir bien y que vas a salir victorioso de esto, con una mirada de esperanza inocente.
Todo lo que yo veo y escucho son las palabras que se escapan entre tus palabras.
El discurso entre líneas que aparentemente soy muy estúpida para entender y descifrar a tus ojos.
Pues, lo entiendo.
Me llegó, lo leí.
No soy la estúpida que juras y rejuras que soy.
Aún lo estoy deliberando.
¿Por qué?
Porque no eres suficiente.

Este es el peor rechazo que me ha tocado pasar.
El peor.
Escondes tu desprecio con una disculpa mal disfrazada esperando que no me de cuenta.
Qué humillación.
Cómo no escuchas lo que sale de tu boca.
Yo lo escucho con todas sus sílabas: No soy suficiente.

Ahora ella trata de reconstruirme de a poco.
Devolverme la confianza.
Decirme que yo tengo las cosas muy claras y que él no quería perder pan ni pedazo.
¿De qué sirve tener la película clara?
Tener perspectiva, opinión fundada, ideales, objetivos, etc. 
¿De qué sirve, si nadie a mi alrededor parece ver lo mismo que yo?
Yo les voy a decir:
No sirve de nada.

Ese es el secreto de todo.
Nos empeñamos en saberlo todo.
¿Para qué?
Qué ganas de volver a ser nadie.




23 abril, 2015

Sentada.


Me está atacando la nostalgia.
Como un amigo rencoroso.
Me está picando las orillas como una rata hambrienta.
Cada vez me pide más y más y, la verdad, ahora me cuesta dormir.
Me pides algo y te lo doy pero me sometes a revivir cada frase, cada diálogo doloroso y cada mirada de decepción, cada sentimiento de culpa y cada garganta ardiente.
Es demasiado.
Me pides demasiado.
Cada vez me pides más y ya no sé qué darte.
Eres como un libro que se escribe solo pero que me picotea por nuevas ideas.
Déjame en paz.
El pasado está donde debe estar.
Es cierto cuando la gente dice que no hay que guardar rencores porque pudren el alma.
Siempre han tenido razón.

Me pides más todas las noches.
Anoche te di algo nuevo.
Lo examinaste y me hiciste revivirlo página por página.
Luego de nuevo.
Y de nuevo.
Y otra vez.
Toda la noche.
No puedo vivir así.
Necesito paz.
No necesito esto.
Sé lo que me quieres mostrar.
Ya entendí la idea, no soy estúpida.
Quieres que vea todos mis momentos preciosos y todos mis fracasos.
Pero no para que aprenda, ya sabes que aprendí.
Quieres que los reviva para que vea que sigo ahí, al final de esos recuerdos.
Sigo en el final de cada escena.
Que no he avanzado nada.
Que no he escrito nada nuevo.
Me pides más y más porque sabes que no queda mucho.
Sabes que no queda nada y quieres que lo sepa.
Quieres que me de cuenta que estoy estancada.

Pues ya lo sé.
Puedes dejar de sermonearme.
Puedo escucharte mordisqueando aquí y allá con tus pequeños dientecitos.
Dame silencio.
Dame paz.
Necesito pensar.
Necesito pensar por qué no estoy avanzando.
Necesito entender por qué sigo aquí.
No, no quiero que me lo digas tú, quiero entenderlo yo.

No quiero avanzar.
No es que no pueda.
No quiero, simplemente.
¿Para qué? ¿Para volver a fracasar?
No me considero un completo desastre y no creo que todo lo que toque se quiebre.
No es que crea que yo lo arruinaría todo, es que...
Pues la verdad no lo sé.
¿No confío en los demás?
Creo que sí, pero no lo suficiente.
No quero avanzar.
Quiero encontrarme con alguien igual de estancado.
Esperando en el hoyo.
Sentado y leyendo hasta que alguien llegue.
Te estoy esperando a ti.
El otro día soñé contigo.
Y luego de nuevo.
Y luego no estaba dormida y pasó de nuevo.

No lo sé.
Sólo llega rápido.
Estoy aquí, en el hoyo.
Sentada y leyendo.
Esperándote.




13 febrero, 2015

Silencio.


No quise ser precipitada.
Quería escribirlo desde hace semanas, pero pensé que esto quizás decantaría.
No lo hizo.
Me dio tiempo para pensar.
Caminé por días pensando y lo único que podía sacar en limpio era que deseaba vivir más lejos del centro de la ciudad, para poder pensar más tiempo, caminar más tiempo.
Has tenido una transformación brusca y agresiva. No física, sino psicológica.
No tengo idea de qué virus se apoderó del sistema operativo de tu cerebro y decidió que era hora de enfrentarse a todos y cada una de las personas que no te encuentran un cien por ciento la razón.
No quiero empezar denigrando tan temprano en una entrada, así que me restringiré un poco.
Cada persona que ha tratado de sacar algo de razón o cordura de tu cabeza ha sido insultada o abofeteada.
Quizás ahora mismo dirás no está hablando de mí porque yo no he golpeado a nadie.
Bueno, quizás ahora deba reírme con ganas.
Tal vez no lo hiciste sobrio, para acordarte con detalles del hecho, pero qué va, eso no significa que no haya sucedido.
Lo que encuentro más irrisorio es tu manera de hablar mal de ellos, los que ahora son tus enemigos, vía redes sociales y con un texto bien editado, para que no digan que vives alcoholizado y que aún posees cordura, sólo que ellos no lo ven.
Quizás no debiera reírme tanto.
No caigas en la estupidez.
Aún tienes tiempo para ver, como yo, que no es la actitud de no me importa la opinión de nadie sobre mí la que te está llevando a esto, sino tu actitud defensiva, innecesaria y sobre actuada sobre tu estatus.
A quién le importa. Es verdad.
Pero no te confundas, eso no significa que hay que mandar al mundo a la mierda.
No caigas en la estupidez.
O más bien, sal de ella.
De paso, acentúas características de tu personalidad que apenas aguantaba, por lo cual, ya ni siquiera me dan ganas de verte.
Que más da, dices ahora. Pues me alegro de que sea así, así estamos ambos en la misma página.
Cuando se te pase tu berrinche podemos volver a hablar como personas normales.
No soy la única, por si acaso.
Sabías que él estaba cerca mío, y fue él quien dijo: Qué va, ahora me caen mal mis amigos de toda la vida.
Lo miré y le encontré toda la razón.

Ahora de ti, amiga.
Sabes, lo he pensado mucho.
He sido muy egoísta contigo.
No puedo pedirte lo que te pedí.
Quizás debiera elaborar más al respecto, pero me agota.
No estoy enojada, no tengo derecho a estarlo.
Ni molesta.
Tampoco es que me sea indiferente, sé que debí llamarte ayer.
O anteayer.
Pero me agota hablar.
Estoy cansada de todos.
Es agotador tener que escuchar qué sale de la boca de alguien y tener que elaborar una frase apropiada para responder y borrar el silencio.
Prefiero el silencio.
Quiero irme de acá.
Todos gritan innecesariamente.
Quiero un poco de silencio, no creo que sea realmente mucho que pedir.
Amiga, haz tu vida.
No le des explicaciones a nadie, menos a mí.
Es lo que amas y te entiendo.
Sólo quisiera que los veranos fueran distintos a esto.
Quiero irme.
Aquí no hay silencio.