13 marzo, 2010

Acorralada.


Algo muy peculiar ocurrió el día de antes de ayer.
Quedamos en juntarnos a la hora de siempre en el lugar de siempre, y cuando llegamos esperamos al resto.
Estábamos en eso cuando nuestros teléfonos empezaron a sonar.
Creo que ya adivinan quién era.
Claro que sí.
Eduardo.
Bueno, no fue necesario que les pidiera que no contestaran.
De cualquier manera no lo harían.
No querían.
Aparentemente a todos les está sobrando su compañía últimamente.
Llamó a todos por lo menos tres veces.
Incluso osó llamarme a mí una vez.
En mi fuero interno pensaba:
Llama sólo una vez más y no censuraré mi cabeza.
Lamentablemente para mí, no llamó de nuevo, y tuve que volver a enterrar ese rencor.
Pensábamos lo usual.
Nos había visto en el centro, y nos llamaba para preguntarnos por qué no lo habíamos invitado, que eramos unos ingratos, y blahqueteblah.
En fin, no le contestamos las 20 veces que llamó.
Decidimos subir al Cerro Phillipi cuando se hubo reunido todo el grupo.
Subimos animadamente, riéndonos, como siempre.
Llegamos a la cima, y nos sentamos en el mirador, como siempre.
Nos recostamos en los bancos, recordando lo que habíamos hecho la última vez que habíamos subido.
De pronto, de en medio de la nada, salta Eduardo con otro chico gritando.
Todos nos quedamos helados.
Realmente el intento de asustarnos había surtido efecto.
El otro chico resultó ser Felipe.
Él saludó, y todos le respondimos contentos.
Pero luego, Sergio le dijo a Eduardo que saludara.
Y todos saludábamos de mala gana.
Yo apenas asomé mi mejilla y ni sonreí cuando él se me acercó.
No habían pasado ni 5 minutos, cuando le dije en voz baja a Nina que nos fuéramos.
Ella al principio mostró una mirada de extrañeza, que se desvaneció una milésima de segundo después.
Me miró y me asintió.
Le hice una seña a María Lía, y ella me dijo que se quedaría, para que ellos no nos siguieran.
Asentí y me despedí de todos en voz alta, sólo para no tener que oler su perfume otra vez.
Bajé casi corriendo, y Nina me seguía a pasos cortos, con el aliento entrecortado.
La esperé, impaciente, y luego nos tomamos de las manos para poder bajar sin resbalarnos.
Estábamos en eso cuando aparece un hombre.
Su mirada me asustó.
No era la primera vez que me pasaba algo así, ni sería la última, pero su mirada...su mirada era tan...fría.
Nina también captó eso, y comenzamos a improvisar.
-Mejor esperamos al resto-dije con voz un poco más alta de lo normal.
Ella entendió la indirecta y dijo también:
-Sí, es mejor así, si no, nos asustarán.
El hombre bajó la mirada y siguió su camino.
Apenas lo perdimos de vista tratamos de seguir bajando.
Pero vimos que el hombre de asomaba desde abajo, a ver cuáles eran nuestros pasos siguientes.
Entonces sí me dio miedo.
Pensé en mis alternativas.
Subir como pudiéramos a juntarnos con el resto y después veríamos que hacíamos con el asunto.
Esperar a que el hombre se vaya, observándolo entre los arbustos.
Esperar a que alguien llegue.
Optamos por la segunda alternativa.
De pronto, el hombre miró su reloj y comenzó a caminar apresurado.
Cuando vimos que salía del cerro, soñó mi teléfono.
Mensaje.
Lina: Tuve que quedarme para que Eduardo no las siguiera. ¡Apúrense!
Asumí que llegaba un poco tarde.
Íbamos a comenzar a bajar cuando apareció todo el grupo.
Él sonreía se oreja a oreja.
Maldito.
Le dí a María Lía una mirada significativa, y ella entonces, se acercó con Lara.
-¿Qué ocurre?- me dijo con una gota de nerviosismo.
-Un hombre nos seguía, por eso no bajamos todavía-le respondí un tanto más tranquila ahora, con compañía.
-Oh...¿ya se ha ido?-volvió a inquirir.
-Sí, ya pasó-respondió Nina.
Decidí que así y todo me iría rápido, así que Nina, Lara, María Lía y yo avanzamos rápidamente.
Nos encontramos de frente con una caída en el terreno.
Los hombres se acercaron.
Se ofrecieron a ayudarnos.
Las chicas accedieron.
Eduardo bajó hasta la mitad, esperando ayudar a alguien más a bajar.
Nadie más parecía querer ir primero.
Esteban me incitó.
Le rogué al oído que fuera él primero.
Vio mi rostro y asintió.
Bajó hasta un poco más arriba de donde estaba Eduardo, y tomó mi mano para ayudarme a bajar hacia él.
Luego, Nina bajó con su ayuda.
Me dí cuenta de que me tocaba avanzar con la ayuda de Eduardo.
No quería, así que dejé que Nina fuera primero.
Ella ya había bajado cuando decidí bajar sin siquiera apoyar una mano cerca de él.
Como resultado, me tropecé, y casi ruedo todo el trayecto hasta el inicio de la falda del cerro.
Para suerte mía, Nina me esperaba abajo, y me tomó cuando vio que me resbalaría.
Eduardo ni siquiera me miró.
Ma alegré.
Seguimos bajando con Nina, y ella me dijo:
-Se dio cuenta.
-¿Quién?¿Qué?-pregunté extrañada.
-Eduardo.-contestó-De que no quisiste tomarle la mano.-respondió con la mirada perdida.
No respondí.
-Yo también me dí cuenta, por eso te tomé cuando te ibas a resbalar.
-Mmm...-fue lo único que pude decir.
Nos despedimos por última vez y desaparecimos.
Luego ella se fue, y desapareció.
Y luego yo desaparecí.
Desaparecí.
Ojalá él desapareciera.