Ha cambiado el escenario.
Ya no es el niño asustado que desviaba la mirada cuando sus ojos se encontraban con los míos.
No es el que decía cosas irrelevantes sólo para que no quepa el silencio.
Ahora es el hombre confiado que no cuestiona nada.
Da todo por sentado y camina con paso firme.
Ni siquiera posa sus ojos en los míos, y si por un desliz ocurre, serio vuelve a concentrarse.
No es el que hacía cosas esperando que las notara, esperando una reacción, esperando sorprenderme.
Independiente, ahora puede prescindir de mí.
Tiene pensamiento y opinión propias.
Aún así, sigue teniendo los mismos gustos.
Tras bastidores, me confiesa que es el mismo, que no ha cambiado nada.
Con una mirada me lo dice todo.
Yo recuerdo lo que muchos me dijeron.
Lo que negué fehacientemente.
Tras bastidores, me encuentra indefensa.
Sólo una puerta.
Una puerta.
Que permanecerá allí.
Cerrada.
Mientras esté despierta.
Me alegro por él.
Me alegro de que haya asesinado al niño asustado que tanto tiempo estuvo dentro suyo.
Ahora él me exhorta a prescindir de él.
Pero yo no puedo.
Me aferro a él tanto como él se aferra a mí.
No es lo mismo.
No.
Lo cerré.
Ambos lo sabemos.
Ese capítulo se quemó.
Lo obligo a hacer lo que yo no puedo.
Tras bastidores no es lo mismo.
La obra comienza y todos se ponen sus mejores máscaras.
Sus cordeles nadie los maneja.
Tampoco los míos.
Yo no soy la actriz.
Me alegro por él.
Lo miro de lejos y sonrío.
Al fin.