04 abril, 2012

Reset.


Y lo decían una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez.
Sólo quería que se callaran.
¿Cómo pudo hacer eso?
¿Acaso no piensa en los demás?
Sólo... cállense.
Si no lo entienden, cállense.
Yo lo entiendo.
No es egoísmo, es algo mucho menos vanidoso y frívolo.
Es... compasión hacia ti mismo.
¿Cómo nadie se dio cuenta?
Pues en esos momentos uno no se entera.
Es muy difícil.
No te dicen mucho y lo que dicen, no denota nada especial.
Yo no lo noté.
Y me ocurrió tres veces.
Tres veces.
Así que no me digan que es difícil entenderlo.
Si no lo entienden, es porque no lo han intentado.

Todos acudieron a mi por apoyo.
Por confidencia.
Por cariño.
Por todo.
Yo fui su pilar.
Pero tampoco pude hacer mucho.
Sólo acudieron a mí después de lo ocurrido.
Hablaron incesantemente sobre lo terrible que se sentía vivir así, sin solución para nada, nada más que resetearlo todo.
Y así lo intentaron.
Mas de una vez.
De todas las maneras posibles.
De alguna manera, ninguno tuvo éxito.
Dudo que ahora piensen en aquello.
O quizás si piensan en ello, pero no recurrentemente, y si es algo que flota sutil y amenazadoramente en su cabeza, es sólo como un recordatorio de que hay épocas y situaciones mucho peores que ésta, como un incentivo.
El segundo fue por mi culpa.
O por lo menos me echó la culpa de todo.
Se sentía tan, tan, tan mal cargar con eso, que terminé por anularlo -a él- cuando se recuperó, y tardé mucho en superarlo.
Todos me lo dijeron para liberarse ellos de la mochila que llevaban, pero ahora era yo la que cargaba con cuatro mochilas: las de cada uno de ellos y la mía.
Nunca pensé en resetearlo todo.
Quizás es porque me estimo mucho.
Pero también sé que todo ser humano en alguna circunstancia de su vida puede hacerlo, puede caer en la tentación.
Hasta ahora, no he sentido esa necesidad.
No aún.