06 abril, 2012

Fiebre.


Esta vez no fue un sueño.
Fue una pesadilla.
Esta pesadilla febril que ahora no hace más que atormentarme.
La fiebre baja cada cierto tiempo, a recordármelo.
Tuve que quedarme acostada mucho rato, tratando de convencerme de que no había ocurrido, y aún así, me sentía desconsolada.
Me sentía terriblemente mal.
Me sentía más sola que nunca.
Que nunca.

Sólo fue... demasiado real.
Apenas se supo, todos se fueron y me dejaron sola.
Sólo tenía a una persona, y llegaba a a pensar a veces que incluso ella me miraba con resentimiento.

Pero lo más terrible de todo, lo peor de todo, fue cuando me di cuenta de que no iba a ser nadie.
No iba a poder hacer nada de lo que me había planteado.
Todo lo que había ido planeando con los años se había hecho añicos.
Y todo era por mi culpa.
Ella estaba conmigo, y lo único que pude decirle antes de romper en lágrimas fue:
-No pensé que iba a ser tan difícil.
Ella me miró con tristeza.
-Yo tampoco -me respondió.

Me desperté con el calor febril y las sacudidas convulsivas del llanto, revisándome una y otra vez, buscando aquello que no existía; un bulto, una patada; pero no había nada.
Sólo aquellas lágrimas febriles.