En esta vida de sonidos y ruidos, de imágenes y luces, de olores y sabores, risas y tristezas, momentos especiales y banales, a veces todo pasa demasiado rápido.
O quizás no a veces.
Quizás siempre pasa demasiado rápido.
Esta persona que me mira fijamente no se parece en nada a mí.
Esta persona que mueve los labios al compás con los míos.
Que me sonríe como yo a ella.
Que me mira con extrañeza y hace gestos imperceptibles para los demás.
No nos parecemos en nada.
Me siento igual que como me sentía antes.
Ayer. El año pasado. Hace cinco años.
Todo es igual.
Pero el tiempo pasa corriendo como si llegara tarde a alguna parte, recordándome que soy igual a ella.
Que soy esa que me sonríe.
Esa que me mira fijamente.
Aparentemente somos la misma persona.
A veces tendemos a pensar que no somos como nos proyectamos ante los demás, esperando que el resto lo comprenda y nos busque más allá de las apariencias, pero nosotros no hacemos eso con los demás nunca. Hacemos excepciones con nosotros pero no hacemos eso con los demás.
No puedo esperar que el resto entienda que no me parezco en nada a mi reflejo.
Que no soy para nada lo que parezco.
Porque, para ser muy honesta, yo no hago eso con ellos.
Su imagen es una de las cosas que más los caracteriza en mi cabeza, y toda su personalidad va asociada a ella. Ellos son su imagen.
Así que supongo que no puedo culpar a nadie.
Simplemente es así.
Somos nuestros reflejos, lo queramos o no.
Pero aún así, no me parezco en nada a ti.