Por un momento, sólo un momento me pareció escuchar...
Y después no pude frenarlo.
No pude evitarlo.
Era irresistible.
Se me escapó.
Salió corriendo antes de que escuchara el disparo.
Sólo dijo algo, y luego, ya no podía evitar hacerlo.
Una ola gigantesca de recuerdos me azotó violentamente contra la pared.
El ruido se apagó.
El tiempo se detuvo durante ese interminable e idílico segundo, donde volví a estar allí.
Allí, en medio de sus cosas, en medio de sus palabras, en medio de su alma.
En medio de su voz arrulladora que me decía cosas que nunca se concretaron.
Sí, yo sabía que sería así, pero dejé que se diera cuenta.
Irresistible.
Sólo bastó eso.
Una palabra, una frase, un comentario, un discurso, un sermón, un libro.
Sólo eso bastó. Ya no podía frenarlo.
Y sólo tuvo que decir eso.
A veces lo veo escribiendo allá... Durante horas y horas...
Ahora sería yo.
Ahora sería yo quien esperaría horas y horas allí.
Horas y horas para volver allá.
Allá, en medio de sus cosas, en medio de sus palabras, en medio de su alma.
En medio de su voz arrulladora para que me diga cosas que nunca se concretarán.
Para que me mienta y me dibuje la vida que nunca tendremos, pero la que vivimos por ese interminable e idílico segundo, en el que nos volvimos viejos y volvimos con las manos vacías, pero llenos de olas de recuerdos que vienen a azotarnos de vez en cuando.
De muy vez en cuando.
Pero ya no tan de vez en cuando.
Porque vuelvo mi cabeza intentando encontrar aquello que se quedó en ese segundo.
En cada esquina, en cada lugar, en cada día.
Todas las semanas he de volver allá.
Allá donde están las verdaderas olas que encontramos y que vivimos durante ese interminable segundo.