La gente tiene la mala costumbre de ir por la vida justificando los malos momentos de los demás.
No hay que defender lo indefendible.
Nunca, bajo ninguna circunstancia.
Sus arrebatos, berrinches y estupideces.
No, es que tuvo una mala semana.
Estaba pasando por un momento difícil.
Estaba bajo mucha presión.
Están tan ciegos por el rayo de ilusión y perfección que emanan los demás que no ven la realidad.
Cómo no se dan cuenta de algo que está aplaudiéndoles en la cara.
Las personas son personas.
Y las personas no cambian.
Toda esa porquería de que la gente cambia con el tiempo es una falacia.
La gente es igual siempre.
La única diferencia radica en que tenemos distintas ocasiones y oportunidades frente a las cuales se nos es posible demostrar otras facetas que no siempre ven la luz del día.
Esa es la gran diferencia.
No porque no veamos esas facetas siempre significa que no las tenemos en nosotros.
Nos sorprendemos viendo cosas que no sabíamos podíamos ser, cuando lo que debería sorprendernos es que no sabíamos que las teníamos en nosotros y que eventualmente podían surgir.
Es muy distinto.
No intentemos imaginar cómo alguien que pensábamos conocer tan bien se convirtió en un imbécil de la noche a la mañana.
Sólo intentemos comprender que todos podríamos llegar a ser igual de imbéciles si las circunstancias se presentan.
Por eso, nunca hay que decir nunca.