23 febrero, 2010

Tentación.


Me tiento a revelar misterios que nadie conoce excepto yo, que nadie sospecharía.
En el mismo momento en que me dispongo a resbalar las palabras por mi lengua, éstas se amarran a mi boca, cual fiero miedo a romper reputaciones se mantenía escondido y sale a relucir.
Sin embargo, tengo bien claro que es un secreto.
Uno que he sabido guardar.
Bajo llave entre mis labios.
Pero cada vez que alguien habla de él, no puedo revelarlo.
¡No puedo!
Todos dirían cosas que no deberían.
Yo misma me sorprendí de lo que pensé cuando lo supe.
Me avergoncé de mi misma.
Quizás que ocurrirá con ellos.
No.
Este secreto no se va a divulgar.
Al menos no de mi boca.
Tal vez es por eso que esto ocurre así.
Soy la única que lo sabe todo y quizás se siente confiado.
Yo no sentiría eso.
Al contrario, me sentiría expuesta.
Esa noción errada -quizás- de lo que uno siente hace que uno vaya voluntariamente por el sendero de lo que no corresponde.
El análisis incorrecto de los sentimientos es tan común, y a la vez tan transparente.
Creo que vi cuando todo se tornaba del color que no debía y vi como ocurría, como una más en la galería.
No hice nada para detenerlo.
No sé por qué.
¿Debía sentirme halagada?
Nunca me sentí así.
No sabía qué era lo que veía, lo que veían todos.
Repentinamente nadie lo veía y luego todos sí.
Nunca me sentí halagada.
Hasta el día de hoy no lo comprendo.
¿Qué ven ellos que yo me pierdo?.

16 febrero, 2010

Detalles.
































Soy extremadamente detallista.
Analizo cada pequeño movimiento y acción, por lo cual puede que me enrede más de lo necesario.
También disfruto de los pequeños detalles y placeres, como ver las luces de una ciudad parpadear de noche, sentir la brisa viendo el ocaso, comer algo delicioso, dormir en algo blando, y por sobretodo, me encanta la espontaneidad.
Ese concepto de tener uno una idea formada de lo que va a suceder, y que, de pronto todo cambia, y se vuelve más emocionante y entretenido me encanta.
Hacer cosas que no estaban dentro de mis planes es extremadamente emocionante para mí.
Quizás por que me hago una idea previa de lo que se hará, lo que ocurrirá, las reacciones y/o respuestas de las personas, algo que rompa con eso me pone en una situación donde me veo obligada a improvisar.
Muy refrescante.


Todos estos detalles los disfruté en mis vacaciones, donde un día pude ver tan claramente el ocaso que sentí que no podía distinguir dónde terminaba el cielo y comenzaba el mar.
Fuimos a un mirador, desde donde se podía ver un balneario enorme, y también una playa de rocas. En ella había un hombre solo, que estaba sentado en una roca inmensa, mirando hacia el mar. Las olas rompían estruendosamente cerca de él, y muchas veces le salpicaban, pero él, relajado y manteniendo su compostura disfrutaba del paisaje, y yo admiraba la hermosura de aquella imagen.
Es tan satisfactorio dormir cuando se está muy cansado... los ojos se cierran solos, y uno se tiende en algo suave y blando, sin importar qué es, y sin embargo, cae en el más profundo sueño, que a veces, encuentro más reparador que el del día a día.
Algo que también me encanta es reír.
A veces uno se mantiene serio por cosas totalmente graciosas, pero en oportunidades, la más estúpida broma desata en mí la risa más feroz y escondida, que incluso me saca lágrimas de risa.
Por sobretodo, disfruto de la buena compañía, en la que, no importa si no hay palabras con las cuales rellenar el silencio, porque se siente bien así.
Un pequeño gesto, una sonrisa, un abrazo, en el momento adecuado significa tanto.
Adoro leer, es una de mis grandes aficiones, y a veces se tarda en encontrar un libro realmente bueno, que aparte de inculcar enseñanzas que no están precisamente explícitas en las páginas, dejan una noción del bien y el mal, exposiciones del mundo desde distintos puntos de vista, incluso de la religión.
Conocer gente nueva, lugares nuevos.

Estos son mis pequeños placeres, que además, son pequeños detalles, que, aún siendo pequeños, me hacen muy feliz.


"La vida es como el abrazo de un desconocido".

10 febrero, 2010

Prejuicios.
























He leído muchísimo últimamente. Apenas compré "Orgullo y Prejuicio" sabía que no podría parar de leerlo. Amo esa relación inteligente e irónica que mantienen Fitzwilliam Darcy & Elizabeth Bennet. Definitivamente es una de las que más adoro. Toda fantasía sobre un príncipe azul se la debo a él.


Como dice el título, el libro evidencia en todo su esplendor lo fatídico que resulta el confiar en las apariencias y comentarios ajenos, que contribuyen a construir un escudo inconsciente ante los demás, que no permite penetrar hasta su verdadero carácter, la realidad. Nos cegamos ante los prejuicios y no cuestionamos ni buscamos su confirmación. Podemos insultarles, despreciarles y odiarles por algo que jamás ha ocurrido, y cuando conocemos la verdad nos llevamos una sorpresa magistral.


Adoro el momento del desenmascaro, en el que uno se ve obligado a aceptar sus errores y conocer realmente a la persona, es... refrescante.


Resumiéndolo, el libro trata de lo sgte: Elizabeth Bennet, mujer de 20 años, 2da de cinco hijas. En su familia, la madre y las dos hijas menores están acostumbradas a hacer el ridículo en sociedad. Caracterizadas por ser ignorantes, impertinentes, holgazanas e insípidas, son prácticamente el hazmerreír de la aristocracia, y el chiste favorito del Sr. Bennet. Jane y Lizzie son los únicos miembros rescatables de la familia, que, con una madre casadera, intentan sobrevivir sin hundirse totalmente en la deshonra.









La historia toma peso con la llegada del señor Bingley y sus hermanas, Caroline Bingley y la señorita Hurst, acompañado de su amigo, el señor Darcy a las cercanías de Longbourn, en Netherfield Park.
Siendo ambos extremadamente adinerados, se convirtieron en el principal objetivo de la señora Bennet, quien planea abiertamente unir a alguna de sus hijas con uno de los nuevos vecinos.
El señor Darcy no habló prácticamente nada con Elizabeth a pesar de que estuvieron juntos largo rato en silencio, y cuando ella le preguntó si bailaba, él contestó que no lo hacía si podía evitarlo.
La gota que rebalsó el vaso de Lizzie fue el escuchar una conversación que el señor Darcy mantuvo con el señor Bingley, en la que el primero se refería a Elizabeth diciendo fríamente:
-No está mal, pero no es lo suficientemente hermosa para tentarme; y no estoy de humor para hacer caso a las jóvenes que han dejado de lado otros.


Casi al instante, el señor Bingley demuestra una preferencia hacia Jane Bennet por sobre todas las demás damas del condado, quien resulta ser, de hecho, la más bella de las Bennet. El Señor Darcy, sin embargo, se mostraba siempre demasiado serio, insociable y arrogante, o al menos así lo pensaban los habitantes cercanos, quienes ya se habían hecho una idea de su carácter antes de su llegada. No así el Señor Bingley, a quien todo el pueblo adoraba, por su amabilidad, humildad y buen humor, a pesar de ser menos adinerado que el insociable señor Darcy.
Bingley bailó varias veces con Jane -para la alegría de la señora Bennet- y éste no se podía mostrar más extasiado en su presencia. Pensaba que era la mujer más hermosa que había visto en su vida.


Los planes de la señora Bennet llevaron a que Jane, visitando Netherfield, cayera fuertemente resfriada, por lo cual Bingley la retuvo en su hacienda por varios días para que la viera un doctor.
















Tras algunos días, Elizabeth decidió visitarla sola, y el señor Bingley decidió que ella también se quedaría en Netherfield para hacerle compañía. Esta visita le permitió conocer más a fondo al señor Darcy, aunque podría decirse que fue él el que conoció más a fondo el carácter de Elizabeth.

Si bien éste intentó dejar en claro la primera vez que vio a Elizabeth Bennet que ésta no era lo suficientemente bonita, Austen muestra claramente que el señor Darcy deja de buscar o alentar su compañía drásticamente al resultarle esta última cada vez más agradable y vigorizante, manifestándole abiertamente a Caroline Bingley -quien estaba enamorada de él- que sus ojos eran verdaderamente preciosos.


Y si bien Elizabeth podía notar que el señor Darcy le dirigía la mirada constantemente, lo atribuía a la búsqueda de defectos que éste pudiese estar llevando a cabo en ella, por lo cual no se daba por aludida. Sin embargo, le resultaba muy confuso a Elizabeth tratar de encontrar congruencia entre las opiniones que la gente tenía sobre él, su actitud tanto en público como con sus conocidos y su conducta para con ella.




















Finalmente, ocurre el mayor infortunio de esta novela: las señoritas Bennet conocen al señor Wickham. Al encantador y de galante fachada señor Wickham.


Las atenciones de Wickham hacia Lizzie no cesaban, y las oportunidades de acercarse más a ella parecían aumentar con la visita del hermano de la señora Bennet. El señor Wickham no faltaba a ninguna reunión con la familia, y en cada oportunidad que se le presentaba, no olvidaba recalcar algun defecto del señor Darcy acerca de su personalidad, carácter o tratos hacia su persona. Su personalidad y sus maneras denotaban un carácter de lo más honesto y humilde, pero aún así totalmente encantador, lo cual, a Lizzie, le parecía atrayente.


En una ocasión en que las señoritas Bennet paseaban en Meryton se encontraron con el señor Bingley y el señor Darcy, quienes iban montando a caballo. Se pudo notar la tensión entre este último y Wickham, quienes ni siquiera se saludaron al encontrarse. El señor Wickham se ruborizó intensamente y el señor Darcy parecía estar hirviendo de rabia. Finalmente, los caballeros se fueron a caballo. Al preguntarle a Wickham sobre el asunto, él le dijo que habían crecido juntos y que el padre de Darcy lo amó más que a su hijo. A la muerte de este último Darcy se habría negado a entregarle la herencia que se le había dejado, siendo obligado a unirse a la milicia. Lizzie se convenció de que aquel era el  hombre más arrogante y antipático de la tierra.

La tía de Elizabeth le advirtió sobre la relación entre ella y Wickham, que parecía cercana, por lo que Lizzie decidió mantener su cabeza fría y actuar de manera sensata, lo cual, al poco tiempo, distrajo la atención del señor Wickham hacia señoritas más adineradas. Esta última conducta llevó a la tía de Elizabeth a plantear dos escenarios: o el señor Wickham realmente se había visto desanimado por la poca atención de Lizzie o era un cazador de dotes. 
Cuando la señorita que el señor Wickham cortejaba se mudó del condado, éste pareció recordar nuevamente que fue Lizzie la primera que lo acogió y escuchó sus lamentos, por lo cual retomó sus atenciones con ella; pero Lizzie, completamente ofendida por esta conducta, dejó de sociabilizar con él, aún manteniendo el mejor de los recuerdos de su encantadora personalidad y desplante.




















El Señor Collins, primo de Lizzie y futuro heredero de Longbourne, manifestó a la señora Bennet su deseo de encontrar una esposa en la familia, lo cual traería beneficios mutuos. Todo sonaba excelente hasta que señaló que su preferida era Jane. La señora Bennet tuvo que advertirle que Jane pronto se comprometería, y que por tanto debería fijarse en otra de sus hijas, sugiriéndole a Lizzie. Esto provocó que las atenciones del señor Collins se tornaran incluso más tediosas para ella.



El señor Bingley, tal como lo había prometido a las señoritas Bennet, celebró un baile en Netherfield. En este, el señor Wickham no mostró su cara, el señor Collins manifestó abiertamente a Lizzie su deseo de mantenerse cerca de ella toda la velada y, para su mayor sorpresa, el señor Darcy la invitó a bailar. Ella accedió con el mayor estupor, pero sus conversaciones no terminaron de la mejor manera. Pudo deducir que su amistad con el señor Wickham estaba perdida para siempre.





















Días después, el señor Collins le propuso matrimonio a Lizzie con el objetivo de mantener la herencia de los Bennet dentro de la familia, y así no dejar a sus primas en la calle.Ésta lo rechazó fehacientemente, convencida de que aquello sólo haría sus vidas miserables, lo cual, a ojos de Collins, pareció ser más un incentivo que algo desalentador en absoluto, recalcándole varias veces que esperaba que la próxima vez que se le propusiera su respuesta fuese afirmativa.



















Finalmente, Lizzie no tuvo otra alternativa que huir del cuarto en el que se encontraban a solas repitiéndole continuamente que no intentaba acrecentar su entusiasmo con la negativa, sino que en realidad no quería casarse con él.




















La señora Bennet, encolerizada, recurrió al señor Bennet para intentar convencer a Lizzie de aceptar la propuesta. El señor Bennet le manifestó a Lizzie que si no se casaba con Collins, perdería a su madre, pues esta estaba resuelta a no dirigirle la palabra nunca más; y que si lo aceptaba, perdería a su padre, pues ella valía mucho más que esto. Lizzie dio por zanjado el asunto y finalmente el señor Collins tuvo que convencerse de que no se casarían.


Como nadie quería entablar conversación con el señor Collins, Charlotte Lucas, la amiga más íntima de Lizzie, que justo había resuelto dar una visita en esa oportuna tarde, le dedicó su completa atención. Lizzie estaba de lo más agradecida, y Charlotte estaba feliz de aliviarla, aunque este no fuera en absoluto su primer objetivo, de hecho, ella planeaba intencionalmente dedicarle toda la atención posible al señor Collins con el fin de que éste la desposase.
Para sorpresa de todos, una mañana se enteraron de que Netherfield Park estaba desocupado. Aparentemente, el señor Bingley estaba establecido en Londres atendiendo unos negocios, pero su hermana, Caroline Bingley, escribió a Jane sugiriendo que quizás su estancia se prolongaría indeterminadamente, recalcando sus deseos de que una alianza más fuerte que la amistad se formase entre él y la hermana del señor Darcy, Georgina Darcy.
Ahí murieron las esperanzas de la señora Bennet. Jane se sumió en una profunda tristeza.


























Una mañana, justo el día antes de partir de la casa de los Bennet, el señor Collins se escapó discretamente de Longbourne y se dirigió a casa de los Lucas, donde pidió la mano de Charlotte. Todo quedó arreglado en poco tiempo y el señor Collins volvió a Longbourne con la petición de Charlotte de que no le dijera nada aún a la familia Bennet, pues ella quería comunicarle el asunto a Elizabeth primero. Así lo hizo, y se fue al día siguiente sin que la familia sepa nada.
La tarde siguiente, Charlotte fue a hablar con Lizzie, a contarle las noticias.
















Elizabeth escuchaba todo estupefacta, y cuando abrió los labios fue para dejar salir un reproche que pasó todos los límites del decoro. Debieron pasar varios meses antes de que la familia Bennet pudiese entablar una conversación civilizada con los Lucas sin agredirlos verbalmente. Se recuperaron por completo de la sorpresa y el disgusto, pero la amistad de Elizabeth y Charlotte nunca se recobró. Aunque no quedaron enojadas la una con la otra en absoluto, era evidente que nunca más volvieron a hablar del asunto, por lo cual había una barrera entre ellas que le restó mucha confianza a la amistad.
Charlotte insistió mucho en que Elizabeth la visitase en su nueva residencia de casada, Hunsford, en el condado de Kent, por lo cual ella terminó accediendo a sus peticiones.




















En este viaje tuvo la oportunidad de conocer a lady Catherine de Bourgh, quien resultaba ser la tía del Señor Darcy. En la mansión de ésta, Rosings, se enteró de que el matrimonio del Señor Darcy ya estaba arreglado desde su infancia, con la mismísima hija de lady Catherine, una señorita muy enfermiza y tímida.




















Además, se encontró con el señor Darcy en persona, que se manifestaba cada vez más ansioso en su presencia. Elizabeth tenía una manera de encantarlo muy maravillosa, y todo esto sin que ella misma lo supiese. Elizabeth pudo analizar su conducta lo suficiente para darse cuenta de que el no sentía ningún afecto real por la señorita de Bourgh, quien sería su prometida algún día, lo cual, sin saber ella por qué, le resultaba bastante agradable. Elizabeth pudo acercarse más a Darcy y conocer un poco más su carácter. Al parecer él no era tímido con personas de su familia o gente que conociera a fondo, pero sí en la presencia de extraños. Aún así, no se mostraba con demasiada confianza en aquel lugar.




















También se enteró de que fue el Señor Darcy, quien intencionalmente separó a el Señor Bingley y a su hermana Jane, con el pretexto de que su familia no estaba a la altura. Lizzie se sorprendió de que el pretexto no fuese la falta de dinero, pero lo que más le sorprendió, obviamente, fue que el señor Darcy fuera el responsable de su separación tan repentina en el momento en el cual todos creían que se comprometerían.
































Un día, mientras de hallaba Lizzie en la casa de su primo y su amiga, acudió el señor Darcy a verla. Estaba extremadamente nervioso e inquieto. Se paseó varios minutos igual de tenso sin poder articular palabra, hasta que rompió el silencio y le declaró que estaba total y completamente enamorado de ella, rogándole que le dejara explicarle en qué forma más ardiente la admiraba y la amaba, concluyendo con la petición de que terminara su agonía tomando su mano.




















Lizzie, totalmente sorprendida por esta declaración, la rechazó totalmente encolerizada, al ver que sus palabras no coincidían en absoluto con su actitud rebosante de confianza. Además, al sólo pensar que aquel hombre arruinó la felicidad de su hermana y las esperanzas del Señor Wickham, comenzó una fuerte disputa verbal, en la que el Señor Darcy no habló muy caballerosamente, criticando fríamente a sus hermanas, su madre y su padre; su situación económica y otros aspectos, que más que hacerlo quedar mejor con Elizabeth, lo recalcaban como un hombre totalmente orgulloso.




















Darcy le escribió una carta que entregó personalmente, explicándole la versón real de los hechos: él separó a Jane y Bingley intencionalmente porque la creía indiferente a las atenciones que él le profesaba.




















En cuanto a Wickham, éste había renunciado a su poder eclesiástico voluntariamente, pidiendo una compensación monetaria que gastó en poco tiempo, para luego volver y convencier a la Señorita Georgiana -hermana de Darcy- de que estaban enamorados y de que huyeran juntos. Afortunadamente, él alcanzó a hacerla entrar en razón, y echó a Wickham, quien sólo se interesaba en ella por su elevada herencia.


Esto hizo que la opinión que Lizzie tenía del señor Darcy sufriera una fuerte metamorfosis. Al principio, ella se había negado rotundamente a creer lo que él le decía en la carta, pero finalmente llegó a la resolución de que habían demasiadas coincidencias entre los relatos de ambos caballeros, y que además Darcy no diría semejantes cosas si éstas no fuesen ciertas, pues tal actitud podría perjudicarlo aún más con Elizabeth.

Pasó meses sin verlo, en los cuales leía y releía sus cartas, memorizándolas y preguntándose cómo pudo haber sido tan poco observadora y vanidosa, guiándose primordialmente por lo que la gente decía sobre él. Se castigó en silencio por meses y meses, sin decirle a nadie más que a Jane lo ocurrido, incluyendo la propuesta matrimonial que el señor Darcy le hizo de forma tan poco elocuente, pero omitiendo por completo el capítulo que trataba de ella y de Bingley, que aparentemente sí estuvo enamorado de ella. Elizabeth se reprochaba incesantemente su comportamiento hacia él, pero no podía olvidar que el resto aún pensaba que Darcy era un orgulloso al no saber la historia verdadera, pensando incluso que Elizabeth lo odiaba con toda su alma. Sólo lamentaba que sólo fuese ella quien conocía la verdad, pues todos en su familia seguían pensando de él como un arrogante, pero por más que quisiera limpiar su nombre no tenía derecho alguno a revelar lo ocurrido al resto de la familia, pues el mismísimo señor Darcy le pidió que mantuviese todo esto en absoluto secreto.

Elizabeth se entera de que su hermana Lydia ha sido invitada por los Forsters a ir a Brighton. Era lo más conveniente para ella, pues el regimiento dejaba Hertfordshire para partir a Brighton, y nada le podía traer más júbilo que el salir todas las noches; flirtear y coquetear sin fin; y llevar conversaciones vanidosas, frívolas e intrascendentes.
Catherine lloraba de impotencia. Ella quería todo eso, y, por no ser íntima amiga de la señorita Forster, no fue invitada.
Lizzie habló con su padre y le rogó que no deje a Lydia ir a Brighton, recalcándole el absoluto ridículo que haría de sí misma y de la familia entera; pero el señor Bennet resolvió que era perfecto, pues ella no se calmaría hasta hacer el ridículo en público, y esta instancia era la más adecuada para ello.

Lizzie, un par de meses después del episodio entre ella y el señor Darcy, se fue de viaje con sus tíos, los Gardiner, quienes insistieron en visitar la mansión del señor Darcy, Pemberley, que estaba abierta a visitantes. A Lizzie le desagradaba la idea al pensar en su último encuentro con él, pero no pudo hacer nada ante la insistencia de sus tíos, que la convencieron de que Darcy, siendo un hombre tan adinerado, probablemente ni siquiera estaría en casa. Lizzie, aún inquieta, preguntó en la mansión si el patrón se encontraba en casa. le contestaron que no, que se le esperaba al día siguiente. De este modo comenzaron su visita por Pemberley.


Gran error. El señor Darcy sí estaba en casa. Justamente acababa de llegar a Pemberley. Él y Lizzie se miraron y ambos se ruborizaron profusamente. Darcy se recompuso rápidamente y comenzó a avanzar a hacia ellos. Conversó afablemente con Lizzie, sin dar muestra alguna de rencor, es más, sus modales se mostraban mucho más amables que de costumbre.

Ella le presentó a sus tíos y él invitó al señor Gardiner a pescar. Darcy le pidió a Elizabeth que conociera a su hermana, la señorita Georgiana, que arribaba la mañana siguiente, a lo cual ella accedió más que sorprendida.
Las atenciones del señor Darcy hacia Lizzie no pasaron desapercibidas en absoluto a sus tíos, que no podían más que atribuir los buenos tratos y su exuberante cordialidad a la amistad que éste tenía con su sobrina, y los intereses que pudiese tener en ella.
Todos los sirvientes que tenía el señor Darcy en Pemberley y la mayoría de la gente en Derbyshire tenía una impresión del caballero que difería mucho de la que este había formado en Hertfordshire. Todos pensaban que él era un hombre excepcional, generoso, amabilísimo y discreto, pero un tanto reservado, lo cual tendía a provocar la impresión de que era orgulloso. La gente no tenía idea del episodio que éste tuvo con el señor Wickham, pero sabían que aquel hombre no era de fiar y que aparentemente no había sido correcto con el señor Darcy.
Ante esto, Elizabeth se vio más que sorprendida. ¡Cómo podían ser de diferentes las opiniones sobre un mismo hombre! Sin embargo, se dio cuenta de que uno de los principales factores que influyeron en la mala fama que se hizo el señor Darcy en Hertfordshire fueron el señor Wickham y los rumores que éste plantó cuando él se fue del condado.
















Al día siguiente, Lizzie conoció a Georgiana, quien estaba acompañada de Caroline Bingley. A pesar de que la presencia de Caroline parecía intimidar a Georgiana, ésta hacía intentos frecuentes de hablar con Elizabeth, y ella hizo el mismo esfuerzo por hacer que su amistad se afiance. Georgiana quedó con la mejor imagen de Lizzie, ya que incluso la formó antes de conocerla por la manera en que Darcy hablaba de ella, y el respeto que le inspiraba su hermano era más que suficiente para producirle la más profunda admiración hacia alguien a quien su hermano también admiraba.

Caroline no tenía otro deseo que opacar a Elizabeth y enterrarla en la más absoluta miseria, despotricando contra de ella en su ausencia sin piedad, incitando al señor Darcy a que hiciese lo mismo, diciéndole en un tono más que irritante:
 -Recuerdo que la primera vez que la vimos en Hertfordshire nos extrañó que tuviese fama de guapa, y usted dijo:
"¡Si ella es una belleza, su madre es un genio!". Pero después pareció que le iba gustando y creo que la llegó a considerar bonita en algún tiempo.

Sabiendo como sabía la señorita Bingley que Darcy admiraba a Elizabeth, ése no era en absoluto el mejor modo de agradarle, pero la gente irritada no suele actuar con sabiduría.
-Sí -dijo al fin el señor Darcy sin poder resistirse-, pero eso fue cuando empecé a conocerla, porque hace ya muchos meses que la considero como una de las mujeres más bellas que he visto.
Al día siguiente, Lizzie recibió dos cartas de Jane. Lydia se escapó de la vista de los Forsters y habría huído con el mismísimo señor Wickham. Jane imploraba que su viaje con los Gardiner se suspendiera de inmediato, y que el señor Gardiner viajara a Londres, donde se encontraba el señor Bennet intentando encontrarlos, pensando con la mayor fe que él pudiese encontrarlos.


El asombro que estas noticias produjeron en Elizabeth era indescriptible. Apenas dejó de lado la carta se levantó en busca de su tío Gardiner. El señor Darcy, en un momento más que inapropiado, había decidido visitarla, y al verla tan alarmada y pálida no pudo menos que asustarse. Enviaron a un criado en busca del señor Gardiner y el señor Darcy intentó consolar a Elizabeth, que rompió a llorar desplomada en un sillón. Darcy aguardó en silencio y con el mayor suspenso, hasta que ésta se calmó y le contó las noticias horribles que recibió desde Longbourne.



El estupor de Darcy fue mayúsculo. Se paseó varios minutos en silencio absorto en sus cavilaciones, mientras Elizabeth comprendía que cualquier escenario -que ya no parecía tan improbable- en el que podría haberlo amado se había esfumado para siempre. Bastaba aquella prueba de la debilidad de su familia para derribar todas sus esperanzas. Era muy poco probable que volviesen a encontrarse con la cordialidad que caracterizó sus encuentros en Derbyshire. Elizabeth lamentaba terriblemente que el señor Darcy tuviese que enterarse de la flaqueza de su hermana, pues, aunque el asunto se resolviera de la forma más honrosa, no se podía suponer que Darcy querría emparentar con una familia así. El deseo de ganarse en afecto de Elizabeth -que ésta había adivinado en él en Derbyshire- no podía sobrevivir a un golpe semejante. Lizzie se sentía triste y humillada. Quería saber de él cuando ya no podía recibir noticias suyas. Se convenció de que podía ser feliz con él cuando ya no se volverían a ver.



Lizzie retorna a Longbourne a consolar a su madre, mientras todo el pueblo
-incluyendo al señor Collins- se regocijaban comentando la noticia con sus vecinos, por lo que incluso lady Catherine de Bough y su hija se enteraron del asunto.
El señor Bennet se castigaba con justicia. Él mismo le dijo a Lizzie que sabía que ella le había advertido de los peligros de la salida de Lydia, e hizo caso omiso de éstos.
Finalmente, una carta llegó. El señor Gardiner los había encontrado. Se casarían si el señor Bennet accedía a pagarle 100 libras anuales.

El señor Bennet accedió y la boda se celebró. Wickham finalmente logró lo que quería: dinero.
La señora Bennet no podía estar más feliz. Había olvidado totalmente su rencor contra Lydia y ahora sólo se enorgullecía de que su hija se casaría a los 16 años. No tomó en cuenta que su hermano hizo grandes trabajos para encontrarlos ni que pudiese haber hecho grandes aportes monetarios a la dote de Lydia, como lo pensaban todos, pues pensaba que era lo mínimo que podía hacer su hermano por ellos. Todos estaban muy agradecidos del señor Gardiner y su espíritu servicial.
En un principio, la ira del señor Bennet fue mayúscula, por lo que había resuelto no recibirlos en Longbourn a pesar de los insistentes reclamos de la señora Bennet. Sólo Elizabeth y Jane pudieron persuadirlo de lo contrario, aunque al final, no sabría decir si el viaje fue buena idea.
La joven y recién casada pareja arribó a Longbourne con una soltura y un descaro alarmantes.
Lydia seguía siendo la misma de siempre: descarada, insensata, indómita, atrevida, impertinente, insípida y bastante estúpida. Fue de hermana en hermana pidiendo felicitaciones hasta que se sentaron a la mesa, donde Lydia cometió la sinvergüenzura de decirle a Jane que su puesto ahora le correspondía a ella, pues era una señora casada, siempre mostrándole a todos su anillo.

Los comentarios impertinentes iban y venían, sorprendiendo y disgustando de sobremanera al señor Bennet, Elizabeth y Jane. Lydia no tenía absolutamente ninguna conciencia de los efectos que pudo haber producido su fuga, y estaba completamente feliz así. Tanto ella como el señor Wickham guardaban los mejores recuerdos y no lo hacían con ningún pesar.
Su visita sería corta, y esto francamente a nadie le molestaba, excepto a la señora Bennet. Este tiempo le sirvió a Lizzie para comprobar las conclusiones que había sacado. Wickham no sentía ninguna clase de afecto hacia Lydia, aunque ésta estaba "loca por Wickham". 
Una tarde, Wickham volvió a hablar de su situación con Darcy. Elizabeth, más que disgustada porque él siquiera se atreviese a hablar del tema, le dejó claro en pocas palabras que ya sabía toda la verdad del asunto y todas sus mentiras, ya que él seguía defendiendo su versión vehementemente.



Una mañana, Lydia tuvo la insensatez de relatarle su boda a Lizzie, a pesar de que ésta le dijo expresamente reiteradas veces que no quería oírlo. Comenzó a hacerlo y sin que se diera cuenta, el nombre del señor Darcy salió a relucir. El asombro de Lizzie fue notorio. Ella no podía concebir que el señor Darcy hubiese asistido a la boda de su hermana con el hombre que más despreciaba de esta tierra. Lydia pareció acordarse que su presencia debía ser mantenida en secreto y no dijo otra palabra. Con esta duda, Lizzie le escribió a su tía para que le aclarase lo que Lydia le había dicho.



Su pregunta fue contestada en una carta bastante larga, donde su tía le explicaba que el señor Darcy había visitado al señor Gardiner para decirle que había descubierto el escondite de la pareja y había arreglado todos los asuntos con él. Aparentemente el motivo que lo impulsaba era que se sentía responsable de que el descrédito de Wickham no haya sido lo suficientemente conocido para impedir que una muchacha se encariñase con él.
El señor Darcy intentó persuadir a Lydia de que saliera de tan deshonrosa situación y que retornase con su familia, pero ella estaba empeñada en seguir adelante hasta que se casaran. El asunto era que el matrimonio no era algo que estuviese en el diccionario de Wickham. Darcy debió persuadirlo y finalmente quedó todo acordado y pagado a expensas del señor Darcy. Él pagó las deudas que el señor Wickham dejó por toda la ciudad -las cuales ascendían a más de mil libras-, aumentó la dote de Lydia en mil libras más y liquidó completamente los gastos de la boda. Austen sugiere que todos estos trámites pudieron costarle los ingresos de un año completo, es decir, diez mil libras. 


Apenas Lydia y el colorido señor Wickham hubiesen partido rumbo a Newcastle con la intención de no volver hasta en un año, la señora Phillips, hermana de la señora Bennet, le contó que en Netherfield se preparaban para el arribo del patrón, que llegaría a lo más en tres días y se quedaría un par de semanas para la cacería.


La señora Bennet, a pesar de estar disgustada con el señor Bingley, aún mantenía viva la intención de unirlo con Jane, y, como lo perdonó apenas llegó, agotó todas las posibilidades de dejarlos a solas para reavivar las mariposas. Jane intentaba mantenerse serena pensando que ahora podía conocer mejor su carácter, sin guardarle rencor por no sentirse atraído hacia ella. Aún así, los primeros días sufría oyendo hablar tanto de él y los comentarios de su madre no ayudaban mucho.


Eso sí, Jane no fue la única nerviosa, pues Bingley no llegó solo a Netherfield. El señor Darcy también los visitó en Longbourne, pero no hablaba con tanta soltura como en Derbyshire. Lo que más avergonzaba a Elizabeth era que su madre trataba con total frialdad a Darcy, sin saber que le debían más de lo que imaginaban. 
Elizabeth esperaba ansiosa las veladas donde se reunían todos porque mantenía la esperanza de poder hablar con Darcy, quien en efecto, miraba con frecuencia a Elizabeth, y aunque con suerte cruzaban algunas palabras, ninguno de los dos podía concentrarse plenamente.
Una tarde, Elizabeth se retiró a escribir una carta, y cuando volvió al salón vio que Jane y Bingley estaban solos conversando junto a la chimenea. Apenas la vieron, se separaron, y él, luego de susurrarle algo al oído, se retiró del cuarto. La euforia de Jane era indescriptible. Apenas pudo articular palabra le dijo a Lizzie que Bingley fue a pedir su mano al señor Bennet. 


Una tarde, se presentó lady Catherine de Bourgh en Longbourn, muy estrafalaria y arrogante. Pidió dar un paseo con Elizabeth Bennet por el parque, y apenas hubieron salido de la casa comenzó a inquirirla por un rumor que según ella circulaba por las bocas de todo el mundo.


Se decía que ella y Darcy estaban prometidos. La mera existencia del rumor sorprendió a Lizzie, quien negó tanto su contenido como el haberlo iniciado, como sugería lady Catherine. Aquello no le bastó a la dama, quien no pensaba dejarla en paz hasta que le jurara que no se comprometería con él. A esto Lizzie se negó total y rotundamente, por lo que lady Catherine se fue indignada, luego de haberla insultado en todas las maneras posibles.



Una mañana, el señor Bennet llamó a Lizzie a su despacho. Aparentemente había recibido una carta que sugería que Jane no era la única próxima a casarse. El señor Collins había escrito al señor Bennet tanto para felicitar a Elizabeth por su gran conquista como para advertir que tal unión no era bien vista a ojos de lady Catherine de Bourgh. Por lo tanto recomendaba prudencia tanto a Darcy como Lizzie. Además, reprochaba al señor Bennet el haber recibido a Lydia y al señor Wickham en Longbourne. Decía que debía haberlos perdonado, pero jamás recibirlos en su casa ni volver a nombrarlos. Elizabeth quedó boquiabierta. Aparentemente el rumor sí se había esparcido. De cualquier manera no le eran indiferentes las opiniones de lady Catherine, pues ella misma las había hecho notar en Longbourne.
Lizzie no tuvo otra opción que bromear con su padre acerca del asunto, pues él no tenía idea del cambio de sus sentimientos hacia Darcy. Nadie lo sabía excepto Jane, y ni siquiera ella lo sabía del todo. Finalmente, el señor Bennet se convenció de que era una broma y dejó a Lizzie en paz.




















Cuando Darcy y Lizzie se pudieron encontrar a solas, ella juntó coraje y le agradeció fervientemente en nombre de toda su familia todo lo que había hecho por Lydia y también por Jane.
Él se mostró sorprendido de que ella conociese su intervención en el matrimonio de Lydia, pero recalcó que lo que hizo no lo hizo por su familia, sino por ella, sólo por ella.


Dicho esto, pronunció lo siguiente con gran determinación:
-Es demasiado generosa para burlarse de mí. Si sus sentimientos son los mismos que pasado abril, dígamelo de una vez. Mi afecto no ha variado, pero con una palabra suya no volveré a insistir más.

Elizabeth, en shock por su nueva declaración, se esforzó en darle a entender que sus sentimientos habían experimentado un cambio profundo y absoluto desde la época a la que se refería. Dicho esto, el señor Darcy le propuso matrimonio nuevamente, a lo que Lizzie accedió.
Elizabeth amaba el carácter de Darcy, culto y generoso, honesto y silencioso. Le resultaba vigorizante su companía y su amor.

Cada uno se había hecho una idea apresurada del otro por las razones equivocadas, pero entre sus virtudes y defectos se complementaban perfectamente. Cada uno le había dado la lección que necesitaba al otro.


Ahora venía la parte graciosa. El señor Darcy había resuelto pedir la mano de Elizabeth al señor Bennet esa misma tarde, pero a Lizzie le tocaría darle la noticia a su madre y también tratar de convencer a su padre y a Jane de que en realidad su opinión acerca de Darcy había cambiado y que lo amaba de corazón.


Jane estaba más que feliz por su hermana, pero su felicidad no se podía comparar a la que Elizabeth sentía. Su corazón latía desbocado, y reía por cualquier cosa. 
El señor Bennet fue más difícil de convencer. Especialmente porque, como Lizzie era su hija favorita, él no estaba dispuesta a casarla con alguien pensando que esto podría traerle desdichas futuras. Por lo tanto, Elizabeth tuvo que contarle todo lo que respectaba a Lydia y Wickham, cómo se involucró Darcy, su verdadero carácter y sus virtudes, su comportamiento en Derbyshire, la manera en la que ella lo apreciaba y amaba y más, hasta que el hombre se convenció de su amor.


La reacción de su madre fue muy distinta. Apenas oyó la noticia olvidó todos los improperios con los que insultaba al señor Darcy todos los días y comenzó a gritar emocionada sobre lo rica que sería Lizzie, los carruajes que tendría, los vestidos que usaría y toda clase de frivolidades.


Darcy le contó a Georgina la noticia, quien contestó extasiada en una carta de 4 páginas describiendo cuán feliz la haría tener a Lizzie como hermana.


Por lo tanto, 3 de las hijas Bennet se casaron, Lizzie & Darcy vivieron felices a pesar de la oposición de mucha gente, Darcy pudo dejar a un lado su orgullo y Lizzie sus prejuicios.

La frase que más me gusta de Darcy es por supuesto:
"Me ha hechizado en cuerpo en alma, y la amo... No quiero separarme de usted desde este día".



"La muerte me amará sin prejuicios".