14 agosto, 2011

Advertencia.

































Nina siempre me dice lo que yo obvio.
Me avisa sobre lo que no veo, cegada por diferentes cosas...
Ella siempre me advierte.
Y lo agradezco.
Yo, -que ahora entiendo, fui muy egoísta- sólo pensaba en lo que yo necesitaba.
Pensaba en que no me haría mal el verlo más.
Pero no había pensado en lo más evidente a estas alturas.
-Tú tienes todo claro -me dijo Nina-, pero puede que él no. No se lo hagas más difícil de lo que probablemente ya es a estas alturas.
Y aunque sé que ya no es así, me pregunto a veces, si como yo lo he hecho, él también aprendió a evitarme a veces, dejar de pasar mucho tiempo conmigo y no buscarme, aunque quisiera.
Me advierte, sobre la manera en la que en realidad él me ve.
Quizás soy aquella que trata de seguirle el paso cuando nada muy rápido.
Y aunque no me preocupa, sí me molesta el tener que morderme la lengua en una esquina, preguntándome todo el día si él se la muerde también.
Y aunque no me preocupa, sí me molesta preguntarme eternamente si esa estúpida niña lo sigue, porque no es digna de él.
Y aunque no me preocupa, sí me molesta sentir que mi cabeza se ahoga pensando cuándo llegara la que será, la que será lo que yo no fui por él.
Por él o por nadie, porque aparentemente nada en mí basta.
Para nadie es suficiente.

Juegas todos los días.



Juegas todos los días con la luz del invierno.
Sutil visitadora, llegas en la flor y en el agua.
Eres más que esta blanca cabecita que aprieto
como un racimo entre mis manos cada día.


A nadie te pareces desde que yo te amo.
Déjame tenderte entre guirnaldas amarillas.
¡Quién escribe tu nombre con letras de humo entre las estrellas del sur?
¡Ah, déjame recordarte cómo eras entonces, cuando aún no existías!


De pronto el viento aúlla y golpea mi ventana cerrada.
El cielo es una red cuajada de peces sombríos.
Aquí vienen a dar todos los vientos, todos.
Se desviste la lluvia.


Pasan huyendo los pájaros.
El viento. El viento.
Yo sólo puedo luchar contra la fuerza de los hombres.
El temporal arremolina hojas oscuras
y suelta todas las barcas que anoche amarraron al cielo.
Tú estás aquí. ¡Ah!, tú no huyes.
Tú me responderás hasta el último grito.
Ovíllate a mi lado como si tuvieras miedo.
Sin embargo, alguna vez corrió una sombra extraña por tus ojos.


Ahora, ahora también, pequeña, me traes madreselvas
y tienes hasta los senos perfumados.
Mientras el viento triste galopa matando mariposas
yo te amo, y mi alegría muerda tu boca de ciruela.


Cuánto te habrá dolido acostumbrarte a mí,... 
a mi alma sola y salvaje, a mi nombre que todos ahuyentan.
Hemos visto arder tantas veces el lucero besándonos los ojos
y sobre nuestras cabezas destorcerse los crepúsculos en abanicos gigantes.


Mis palabras llovieron sobre ti acariciándote.
Amé desde hace tiempo tu cuerpo de nácar soleado.
Hasta te creo dueña del universo.
Te traeré de las montañas flores alegres, copihues,
avellanas oscuras, y cesas silvestres de besos.
Quiero hacer contigo
lo que la primavera hace con las cerezas.



Pablo Neruda
20 Poemas de amor y una canción desesperada.

07 agosto, 2011

Balas.


Nacida como tiro al aire.
Ella, la indomable.
Tantas veces intentaron amarrarla y domesticarla, que sea como la gente educada, que se gane la vida de manera honesta y que sea honrada en palabra y obra.
Pero no.
Nada de lo anterior de cumplió.
Nació así.
Yo lo vi venir desde que éramos pequeñas.
Ella ya se fue, dejó todo y se fue a vivir sola.
Nunca volverá a estudiar, lo sé.
Aunque ella lo niegue.
Dudo que alguna vez se convierta en lo que todos esperaban.
Ya no lo fue.
Nunca lo será.
Sólo es un tiro al aire.
De esos que caen directo al suelo sin haber logrado nada.
De esos que quedan en el camino para demostrarles al resto qué es lo que ocurre cuando no perseveras lo suficiente.
Son tiros al aire.
Balas caen del cielo.
Todos los días.
Todos los días alguien fracasa y alguien logra el éxito.
Todas las balas.
Caen balas del cielo...