28 noviembre, 2016

Cuatro.

Taya Iv

Él es todo lo que parece ser y lo que no, también.
Habla tan calmado como uno lo imagina, y cuando se enoja, suena exactamente como uno cree.
Te mira con buena fe, aunque insista en que ya no cree en lo bueno de las personas.
Sus ojos relucen exactamente del color del caramelo a la luz, y las orillas de esos luceros se arrugan justo como uno espera que lo hagan.
Su pelo se ve liviano y fino, a pesar de que nunca me haya atrevido a tocarlo y de su insistencia por cortárselo cada vez más.
Cada vez que creo que lo conozco entero, me muestra una cara cien por ciento inexplorada, sólo para que intente definir de nuevo qué clase de persona es en realidad, pero nunca logrando indexarlo en una sola caja, sino cuatro.
No tiene miedo a defender las cosas en las que cree, incluso si tiene más que claro que nadie más las comparte, con orgullo de que lo hayan convertido en la persona que es hoy día, pecho levantado y las manos empuñadas a ambos lados.
No reniega de nada de lo que es como persona y de los que lo sustentan, admitiendo abiertamente las cosas que le encantan y las que odia de ellos.
Se jacta de ser muy cerrado, pero invita a todos a acercarse con cada palabra que dice.
Es leal a más no poder, a pesar de que intente que nos riamos del tema y lo sé porque reconozco esa misma lealtad inquebrantable en mí, escondida tras sarcasmo y más chistes.
Sigue decepcionándose de las personas todos los días aunque repita que se rindió con todos hace mucho tiempo, y vuelve a intentarlo al día siguiente.
Le encanta hacer las preguntas importantes en los momentos menos oportunos, cuando no hay tiempo para que le responda y lo sabe, sólo para verme con el cerebro en pausa y la boca abierta, pensando en qué debería contestarle.
Se preocupa de cómo los demás lo ven más de lo que admite, no guarda más secretos de los que dice, siempre quiere que le digas más de lo que le estás diciendo y sabe perfecto cuando estás mintiendo, aunque nunca me lo haya dicho a la cara.
Tiene un cuarto de la paciencia que dice tener, y ahora mismo, le encantaría decir lo mismo de mí.
Se fija cuando uno no cree que está poniendo atención, y todas y cada una de las microseñales que hace y que él cree que nadie percibe significan algo distinto y lo mismo al mismo tiempo.
Qué más puedo decir, excepto que me lo imaginé todo y nada, porque a veces la respuesta es sí y otras, a la misma pregunta, es no.


¿Quieres saber lo primero que noté?
¿Cómo me di cuenta?
Un día noté que tu barba se veía de lo más suave que hay.
Y en ese momento, supe que me había ido al carajo.
Sin vuelta atrás.
Me reí en mi cabeza y repetí varias veces.
No, no, no, no, no, no.
No, no ahora, no ahora, no ahora.

En lo que he pensado...
Sabes que no voy a decir nada, así que ya no me quedan más opciones que esta.
Cuatro años viviendo aquí, esperando que aparezcas.
Ya llevo demasiado encima.
A ver si puedo abrir tus cuatro cajas, para que puedas reunirte e ir a donde quieres ir.
Porque no puedo seguir reteniéndote cautivo en mi cerebro para hablar de ti a cada parte que voy.
Ni aquí, ni en ninguna otra parte.
Esto es todo.


20 noviembre, 2016

Inadecuada.

David Talley

Siento que te extraño todos los días.
Cuando te veo y cuando no te veo.
Cuando te miro y me miras de vuelta y cuando no también.
Me siento inadecuada la mayoría del día.
Que digo lo equivocado, y me persigue el resto del día.
Que no puedo enmendarlo, y me persigue el resto del día.
No soy lo que estás buscando, termino por convencerme.
Y después nos vemos de nuevo y me siento incapaz de rendirme.

Te pienso constantemente.
Como un pequeño mantra que mi cabeza repite sin parar.
Luego, me da miedo.
De que todo se arruine, de que ya no te vea, de que ya no te hable.
Y me contengo.

Hablas como si en verdad no supieras.
¿No me ves latiendo frenética al lado tuyo?

Me miro al espejo y ya no sé si soy la misma persona.
No me siento igual.
No sé quién es ésta.





Tenía razón.
Tenía toda la razón.
No sé por qué me dejo convencer.
Tenía la razón.
Ya no quiero hablarte de él.
Cada vez queda menos, me rezo a mí misma.
Cada vez queda menos.
Entre suspiros.
Entre dolores de pecho.
Entre temblores de mano.
Entre ojos evasores.
Me empiezo a sentir partida.
Dos mitades caminando a la par.
Me comienzo a sentir herida, sangrante a tajo abierto.
Palpitante de dolor y pena.
Comienzo a sentir como mi sangre se queja.
Cada vez queda menos.
Cada vez queda menos.

Cada vez queda menos.

07 noviembre, 2016

Auto-preservación.


Lo dije en voz alta y me sentí morir.
¿Por qué me afecta tanto esto?
No lo puedo entender.
Ese sueño me había dado la oportunidad de atar cabos sueltos y decir lo que he querido decir desde que pasó todo, pero en vez de eso, me desperté sintiéndome peor, como si en realidad hubiese pasado.
Como cuando te enmierdas con alguien y quedas enmierdado todo el resto del día.
Esto me había podrido por dentro y no sabía cómo arreglar algo que ni siquiera había pasado.
Cada día que pasa me enojo más y más contigo.
No sé cómo te pude juzgar tan mal.

Siento que ahora se están invirtiendo los roles y yo paso a ser la villana.
O ser vista como ella, al menos.
Este es mi sentido de la auto-preservación gritándome que corra.





Y ahora comienzo a fallar.
Glitchear, permanente pero silentemente, sin que nadie se percate aún de la locura en la que estoy cayendo desamparadamente.
No entiendo nada y lates en mi retina todo el día, sin que pueda evitarlo.
Hace demasiado que no me sentía así.
No me acuerdo.
¿Me estoy imaginando esto?
En verdad no lo sé, vivo con la duda.
Vivo con la duda, a todo momento.
Mi auto-preservación se fue corriendo cuando hacia dónde iba esto.
Vivo con un dolor de estómago noche y día.
Vivo con la duda.